El prestigio heredado - Capítulo 1

Si no la leíste, te recomiendo que leas la introducción porque te prepara para la travesía.


El prestigio heredado

Diego Soto, 1999

“El gen de la violencia en los humanos fue desactivado. Y potenciado el gen de la empatía. El ser humano es un ser viviente incapaz de cometer un crimen o acto violento contra otro ser humano. El solo acto de pensarlo desencadena una intolerable catarata de hormonas y neurotransmisores que provocan horribles sensaciones en el organismo. Incluso la propia muerte”

Extracción del artículo: “Secretos de nuestra sociedad”, Revista Ciencia, Dr. Giovanni, edición 633, año 12.

Los Originales


“No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero en la Cuarta usarán piedras y palos.” –leyó.

Horacio indagaba atribulado en el prefacio de “El Diccionario” con la intención de descubrir un antídoto. Se había sentado en el improvisado escritorio que armó en el living de su casa, frente al ventanal que daba hacia el balcón. Vivía en un cómodo y agradable apartamento, en el primer piso de un edificio pequeño, similar en espacio y prestaciones a todos los apartamentos que le correspondían por su edad.

Rondaba los cuarenta. Tenía la piel blanca y era bien parecido. De estatura promedio y de contextura normal, aunque desde hacía un tiempo lucía un poco regordete. De profundos ojos negros, portaba una cabellera prominente de igual color, con canas entremezcladas que producían un efecto de reflejos en su melena. Las canas eran como una marca registrada porque lo empezaron a acompañar desde finales de la adolescencia.
Había tenido que trabajar ese fin de semana, y nada le gustaba más que hacer esos obligados esfuerzos intelectuales contemplando los techos de tejas de los vecinos, con aquél frondoso verde que enmarcaba las casas, y todo envuelto en una bóveda celeste. El día era soleado y sin nubes, ideal para estar afuera, o como mínimo, frente a una ventana.

Volvió su mirada a la frase. Lo que Horacio estaba viendo era una foto. La foto de la frase grabada en “La Roca”.
Las rocas tenían más de veinte mil años de antigüedad. Habían sido acuñadas en el período prehistórico. Poco se sabe de esa época porque no existen registros, excepto por las rocas labradas. Hay indicios que apuntan que los prehistóricos fueron involucionados y beligerantes. Pero esas ideas fueron forjadas por estudiosos que indefectiblemente terminaron en el ostracismo. ≪Nuestra sociedad es tan armónica y empática, que nos resulta difícil concebir el concepto de beligerancia. Se conoce el término porque el lenguaje subsistió gracias a los grabados de Los Originales. ≫
Perduraron muchos términos, pero una gran cantidad de ellos solo en una teoría incomprensible. Incluso la frase más importante, la de “La Roca”, fue un misterio durante miles de años. Hoy en día, luego que se la ha estudiado mucho, se sabe que “armas” son utensilios y “guerra” una especie de cosecha. La frase trata de Evolución, describe un incremento, un avance, para arribar a la conexión con la naturaleza.

Años atrás, un científico emitió una novedosa teoría. El Dr. Giovanni sugirió que tal vez la palabra “guerra” se refiera a un encuentro beligerante entre seres humanos. De ser así, se trataría de un enfrentamiento masivo ya que viene acompañado de la palabra “mundial” que sí está definida. Pero no dice por qué, ni dónde, ni cuándo. Esta teoría fue drásticamente rechazada.
Nunca más se supo de aquél erudito.

Horacio sentía las toxinas incipientes avanzando por sus venas. Ninguna persona común cuestionaba el sentido de la frase. Era como si el inconsciente estuviese programado para no preguntarse nada relacionado con la violencia. Era obvio. La idea de un enfrentamiento mortal entre seres humanos resultaba tan aborrecible y atroz, que inmediatamente era rechazada por el cerebro, y éste se lo hacía saber a todo el organismo.
Los Originales escribieron muchas cosas en esas enormes piedras. La mayoría de las palabras esenciales de nuestro lenguaje, las reglas para construirlas y las explicaciones de cada una. Y denominaron a esto “El Diccionario”. Hoy en día, los historiadores estiman que Los Originales eran tan rudimentarios como los prehistóricos, que no poseían los medios con los que contamos actualmente para registrar nuestros hechos. También grabaron los números y la simbología que llamamos Matemática, y mucha información y técnicas elementales de supervivencia. Incluso dibujaron mapas básicos de nuestro mundo.
Horacio cavilaba. ≪Los prehistóricos no debieron ser rudimentarios. Los Originales debieron omitir cosas premeditadamente. ¿Acaso sólo dejaron este legado? ¿Es posible que no hubiera mucho para contar? ¿Tan poca referencia a la vida de los prehistóricos?≫

Todo el conocimiento actual proviene de “El Diccionario”, y la humanidad evolucionó a partir de allí. El punto cero son las palabras y las muchas ideas escritas en las rocas. Cada fósil o resto de la prehistoria encontrado, fue interpretado según “El Diccionario”.
Horacio dudaba. Y nuevamente sintió un leve flujo de toxinas regodearse por sus músculos. La desagradable sensación fue suficiente. Necesitaba abandonar sus tribulaciones, y un antídoto.
Y pensó en Nancy. El amor de su vida. El corazón se le hinchaba casi hasta romperse cuando ella venía a su memoria.
Y las toxinas desaparecieron.

***

El muchacho contempló satisfecho la negrura que se abatía sobre el bosque circundante a la casa abandonada. Las noches bien oscuras eran un excelente refugio.
Tal vez no era una casa abandonada. Tal vez estaba en construcción. Pero lucía bastante mal. No tenía techo, pero sí algunas vigas y maderas que brindaban un refugio ínfimo en algunas partes. Mirando hacia arriba, se veía completa la noche con sus estrellas, hoy ociosas, recortada por esas maderas incipientes que simulaban una techumbre cada tanto. Solo tenía las paredes del frente y las laterales, con amplios ventanales, pero en el fondo no había pared, con lo cual el bosque invadía la casa, también carente de piso.
Enjuto y de piel mestiza, tenía el cabello muy corto y prolijo, casi como rapado. Y ostentaba un armónico tatuaje del lado del ojo derecho. Lucía inquieto, aunque podía tratarse de un tic que lo obligaba a tocarse el tatuaje cada tanto con un movimiento muy particular, como si lo acariciara.
Esa noche no sería una más.
Meses más tarde, cuando los terribles eventos sucedieron, esa noche representaría el comienzo del fin. La noche que el muchacho dio a conocer su inmenso poder. La noche del primer crimen que la humanidad haya conocido.
Se apoyó contra el árbol y se dispuso a esperar que las sombras avanzaran.
Y pensó en Nancy. El amor de su vida. Le dolía el pecho de amor cuando pensaba en ella. Y también le dolía el alma. Se le desgarraba de odio. ≪¡Maldita! ¡Te aborrezco! No serás tú la primera. Pero también serás…≫.
Ninguna toxina invadió al muchacho.
 


Definición de “El Diccionario”

Influencia positiva: Es el efecto que produce una persona cuando realiza algo en beneficio de otra. Decimos que la influencia es negativa cuando realiza algo en detrimento de otra.

Méritos: Es una cantidad de unidades que se otorga a cada individuo como gratificación, en relación con la influencia positiva que ejerce con su accionar sobre la sociedad.

Mentes prematuras

–¡Es que nuestra sociedad no admite que el prestigio sea heredado! –le espetó el profesor al muchacho con una mirada amenazante.
El muchacho del tatuaje miró al docente, primero incrédulo y luego molesto. Aunque inmediatamente trató de ocultar su enojo quitándole la mirada.
El hombre prosiguió con cierto apuro.
–Esto ha sido analizado por nuestras mejores mentes. Incluso ha sido cuestionado una y otra vez en pos de corregir posibles desvíos. Pero siempre se ha arribado a la misma conclusión. Si se hereda el prestigio, también se heredan posibilidades. Y éstas significan aquello que se puede, y lo que no. Se desconoce una forma armónica en donde un hijo pueda heredar las oportunidades positivas de sus padres, sin heredar las negativas. ¿Comprende?
Miró al muchacho y este se mostró incómodo. Pensó que tal vez había exagerado en la reacción y eso haya provocado que el alumno se sintiera avasallado. No era la primera vez que ese estudiante exigiera su temperamento. En ocasiones hacía planteos perturbadores, como salidos de una mente extraviada.
Se dio cuenta que no estaba manejando bien la situación, y el tema era tan trascendente que ameritaba un comportamiento pedagógico ejemplar. Se apaciguó y decidió hablar calmadamente, sin tratar de imponerle su criterio, pero con la firmeza y tranquilidad que brinda la seguridad del conocimiento.
–La única forma armónica –prosiguió mirando a toda la clase– es que cada individuo, con las mismas posibilidades que cualquier otro, construya su propio prestigio.
Hizo silencio, para que la idea se grabara en aquellas cabezas tempranas.
–Además –agregó– es importante destacar que la construcción de ese prestigio, partiendo de las mismas posibilidades, no se realiza con el fin de aumentarlas, porque en ese caso entraríamos en una contradicción. Se construye para que, mediante el nivel alcanzado, se acceda más rápidamente a más y mejores “Objetos de placer”.

Un silencio significativo se hizo en el aula. Los alumnos se miraban dubitativos. Hasta el muchacho pareció mostrar interés.
–¿Objetos de placer? –preguntó una alumna de la última fila.
El profesor esbozó una leve sonrisa. A todos los docentes les llegaba aquél día en que por primera vez explicarían a los jóvenes la naturaleza de la sociedad en la que vivían. Esa sociedad que los hacía sentir orgullosos y plenos, en donde el sentido de la vida era ser feliz.
–¡Efectivamente! –contestó el instructor–. Nuestra sociedad “Orientada al placer” persigue que cada ser humano transite su vida en forma gozosa, experimentando la belleza que existe a su alrededor, en la naturaleza, en las relaciones afectivas, y también en lo que ha sido creado por el hombre.
–Si está orientada al placer… ¿Cómo se circunscriben las obligaciones que no lo proveen? –preguntó el muchacho del tatuaje.
–¡Excelente pregunta! –dijo el profesor mientras se servía un vaso de agua para enfrentar el desafío que sobrevendría. Bebió unos tragos y aprovechó esos segundos para construir el primer embate.
–Todos sabemos que cada ser humano trabaja pocas horas, y que tiene muchísimo tiempo de ocio. También sabemos que hay una gigantesca estructura orientada al entretenimiento. Y sabemos que nuestra sociedad prioriza las necesidades humanas sin importar cuál sea, dedicando los recursos que hagan falta, sin importar cuántos, ni dónde. Y hay muchas variables más, como la Descentralización, las Diferenciación y los Méritos. Pero de todo esto hablaremos otro día.
Caminó entre los alumnos en la fila que conducía hacia donde estaba el muchacho, pero sin mirarlo. Y cuando se acercó a un par de metros le volcó la mirada y lanzó.
–Dicho esto, respecto de su pregunta, la realidad es que estamos en un escenario en donde cada uno hace cosas realmente útiles para su entorno, en una cantidad que no lo mortifica, aunque no sea de su máximo agrado. El sentirse útil produce satisfacción, a pesar de la tarea. Y luego, el individuo se dedica a disfrutar de la vida.
Se dio media vuelta y dirigió sus palabras a los demás alumnos.
–En nuestra sociedad, es realmente difícil ser infeliz.
Y agregó:
–Nuestra existencia se basa en acopiar en el patrimonio, y experimentar en el espíritu, aquellos elementos que nos dan placer. Incluso lo intangible, como el amor de una madre hacia un hijo, en nuestra sociedad se experimenta mediante un objeto de placer. Es decir, que ese amor es una entidad en sí misma, no cuantificable, pero está catalogada y bien definida. Y ninguna mujer se verá privada de ese objeto, si así lo desea.
–¿Es decir que cada cosa que da placer está catalogada? –inquirió desafiante una alumna del frente que estaba dada vuelta mirando al educador.
–Al menos, se hace un gran esfuerzo por identificar cada objeto de placer, y de displacer, con el fin de tomar alguna acción en cada caso –aclaró el maestro–. La Organización Mundial dispone de una cantidad de recursos enormes para este fin, porque como dije, todas las necesidades se tratan de satisfacer, incluso la de catalogar placeres.
En este punto de la clase, estaban todos muy interesados y participativos.
–¿Contemplar un atardecer es un objeto de placer? –preguntó un adolescente del fondo.
El profesor amplió su sonrisa antes de girar la cabeza. Pensó que esto le iba permitir asestar un golpe que afirmara las ideas que estaba transmitiendo.
–El atardecer por sí mismo no es un objeto de placer. La contemplación sí. Entendamos que objeto de placer es todo bien, servicio, o abstracción, que produce gozo. Y la contemplación lo produce. Pero este objeto tiene variantes. Les aseguro –dijo mirando a todos– que no es lo mismo para el alma experimentarlo desde esta ventana –y levantó el brazo señalándola– cuya vista nos muestra esa inmensa cantidad de edificios –y esperó a que todos vieran hacia afuera, para luego decir con tono firme– que contemplar un atardecer en una pequeña isla del océano.
En ese preciso instante el docente hizo un gesto con la otra mano, y la pared gris de pequeñas ventanas que estaban viendo se convirtió en una inmensa puesta de sol frente al mar, con un paisaje que sobrecogía el alma.
–Ahhh! –exclamaron todos con júbilo. En la imagen se veía un atardecer magnífico, con una pareja de espaldas sentada en la playa y un niño jugando cerca del mar.
Pero el profesor aún no había asestado su golpe de gracia.
–De seguro, la sola imagen les ha provocado una emoción placentera.
–Ahora –prosiguió– imagínense lo que provocaría en sus almas el estar ahí. Como notarán, ambos son objetos de placer. La contemplación de la reproducción como lo estamos haciendo, y el estar físicamente allí. Para cada uno de esos objetos, la sociedad debe construir formas de obtenerlos.

Todos estaban extasiados. Solo el muchacho del tatuaje parecía un poco ajeno.
–Perdone profesor –dijo el muchacho– pero me cuesta relacionar esto con la inconveniencia de heredar el prestigio de los padres.
–¡Igualdad de oportunidades! –descargó el profesor girando su cabeza y apuntando una mirada penetrante– ¡Obviamente no es posible que suceda! Pero intenten imaginar que jamás podrán estar allí, porque no tienen acceso a los elementos necesarios para llegar y permanecer en esa isla.
Hizo una pausa.
–Ahora imagínense que jamás podrán siquiera mirar esa imagen a través de una reproducción, como lo hicimos ahora, porque no tienen acceso al círculo o contexto apropiado que se las pueda mostrar. Ejemplo una revista o un amigo que haya viajado.
Otra pausa.
–Incluso esta misma institución educativa, que les facilita a ustedes la posibilidad de contemplar esta imagen e incluso les permite saber que existe, es un medio, un objeto que contribuirá en su vida para disfrutar de los placeres.
El profesor hizo un nuevo gesto y las paredes grises de ventanas pequeñas reclamaron su lugar, mientras su rostro se ponía sombrío.
–Ahora, imagínense que nunca podrían haber estado aquí, en esta aula, en este instante, porque no heredaron de sus padres las posibilidades necesarias para poder hacerlo.
Y entonces, mirando al muchacho con rostro severo, remató...
–¡Por eso no se admite la herencia de las posibilidades!

El maestro se encaminó a su escritorio. Se sentó, comenzó a hojear una revista, e hizo silencio para que los discípulos pudieran procesar las ideas.
Y el aula permaneció en silencio. Estaban procesando.

***

El muchacho se sentó en el tronco al costado de la carpa, abrigado por la espesura del bosque y la negrura de la noche. La luz direccional de la linterna no lo delataría porque emitía aquella luz de frecuencia especial que le permitía a él ver claramente unos metros a su alrededor, pero unos pasos más allá, era indetectable para quienes miraban hacia su lugar.
Y se durmió. Y soñó con aquél día, cuando tomó conciencia de su poder, tiempo atrás cuando comprendió la vulnerabilidad del sistema.

El muchacho no quería estar solo, ni tampoco desaparecer y que su esencia se disolviera en el inconsciente. Se sentía solo, pero también quería pensar que no era único. Hacía tiempo que de manera rudimentaria estaba buscando desesperadamente alguien como él, que también tuviera Eso que él sospechaba.
Pero primero debía probarse a sí mismo que era realmente diferente. Que él tenía Eso. Y la única manera era realizando lo indecible. Lo que la humanidad desde el origen jamás había presenciado. Eso que era imposible de cometer por persona alguna.

Siempre se sintió diferente. Era educado. Estaba especializado en varias ramas, incluso la Psiquiatría, lo que le daba un conocimiento bastante amplio de la mente del ser humano y por ende, de sí mismo. Y él intuía que era diferente.
Vivió como los demás, bajo las mismas normas. Pero lo hizo con enorme esfuerzo, y siempre le costó comprender por qué los demás lo podían hacer fácilmente.
Pero ya desde hace mucho, desde que abandonó la civilización para internarse en el bosque, alcanzó cierta paz.
Pero ya no quería estar solo.
Si sus sospechas eran ciertas, él tenía un poder gigantesco. Un poder que le daría la posibilidad de vivir libre, sin las imposiciones de esta sociedad, engañosamente perfecta y oprimida. Y ese poder le permitiría liberar a otros. Pero eso no parecía posible porque no encontraba a nadie como él. Entonces solo le quedaría sembrar la semilla que prolongara su esencia.
Pero antes tenía que demostrarse que él era diferente. Que podía. Que las toxinas no lo invadirían.

Observó detenidamente el papel que le dio la nieta del anciano. Solo un conjunto ininteligible de letras y números. Sabía que se trataba de un mensaje cifrado pero necesitaba la palabra clave.
Empezó a arrojar palabras en su portátil. Una tras otra fueron pasando por el descifrador sin resultado. Hoy se cumplía un nuevo mes de estar intentándolo. El nivel de frustración era inmenso.
El muchacho pensó nuevamente en lo que le dijo el anciano: “La clave está en el origen del origen.”
Todavía el muchacho no sabía que estaba cerca de develar el mensaje.
 


Definición de “El Diccionario”

Posesión: Todos los seres humanos por el solo hecho de haber nacido, tienen derecho a una porción de espacio, a un refugio, a bienes y servicios de calidad necesarios para su subsistencia, y pasan a ser considerados responsables de ello. Este derecho caduca en cuanto la persona fallece. El espacio no es propiedad de nadie en particular, y es propiedad de cualquiera que lo pise. Sin embargo, por cuestiones de organización, se establece un espacio para uso personal, único, y se intenta que nadie que no sea el responsable lo utilice o aproveche sin autorización del mismo.

Crecimiento: El incremento paulatino y permanente en la cantidad y la calidad de los objetos de placer está garantizado. La posesión solamente puede ser mejorada. La velocidad del incremento dependerá de la cantidad de Méritos alcanzados.

Los Méritos


Como tantos otros días, a veces parecían demasiados, ese día estaban los cinco amigos sentados en el bar tomando unas cervezas, después de la oficina.
Había una mística en esas reuniones. Las veces que se lo preguntaron, no encontraron respuesta, pero el impulso de encontrase, usualmente los mismos en esa esquina, era irrefrenable.
Siempre que se juntaban, las horas se pasaban volando entre estupideces, carcajadas y bebidas. De vez en cuando, iniciaban debates interesantes y dependiendo del grado de “Quimera”, a veces terminaban en acaloradas discusiones, o descostillándose de la risa. La jocosidad de las veladas muchas veces ocultaba el alto nivel intelectual y profesional que tenían los amigos.
Pablo estaba sentado junto a la pared del lado izquierdo de la mesa. Era alto y delgado, con una calvicie incompleta que siempre protegía del frío con un sombrero vistoso. Omar, el más joven con sus treinta y tantos, bien parecido, de baja estatura y complexión atlética, estaba del otro lado de la mesa, también junto a la pared. Martín y Ángel seguían en el orden y Horacio cerraba el círculo.
A quien más le gustaba debatir era a Horacio, el mayor de los cinco. Con sarcasmo él solía decir que le encantaban las infructuosas charlas en donde arreglaban las vicisitudes del mundo, como si toda la cháchara vertida pudiera solucionarlas.
Martín era el más bebedor. Su sello era culminar habitualmente borrachín de estas veladas, gracias a las “Máquinas de euforia”. De estatura promedio y contextura delgada, era muy simpático y entrador con las chicas. Para él, los debates eran sólo una excusa para bromear y de ser posible, mofar a los demás. No intentaba arreglar el mundo. Intentaba matarse de risa, y entrarle a otra copa de cerveza.
Ángel era el más pendenciero. El más alto y atlético de los cinco. Para él, los debates sólo apuntaban a competir con Horacio, sin importar si tenía razón. Pero habitualmente perdía y eso lo trastornaba. Y lo mantenía en un esfuerzo constante e incansable de desbarrancar a su amigo.

Ese día hubiera sido uno jocoso como tantos otros, excepto por aquella solicitud que apareció en el noticiero. Una exhortación que jamás antes se había producido. Al menos no en sus vidas, y quién sabe si en algunas generaciones. La policía estaba solicitando con extrema urgencia el paradero de un hombre cuyo rostro holográfico se reproducía en tamaño real en el medio de cada mesa.
Horacio no salía de su asombro. Lo estaba viendo nuevamente. Ese tatuaje. Ese rostro. Y se sumergió en sus pensamientos. Habían sido inseparables, pero cuando se alejaron, las diferencias entre ellos fueron insalvables. Nunca más supo de él. Y lo buscó mucho tiempo. Pero el muchacho había desaparecido. Ahora, las fuerzas del orden lo buscaban a nivel mundial con desesperación. ¿Qué habría hecho?
Y reflotó aquella personalidad rebelde y los planteos inverosímiles.
Miró a su alrededor. Estaba seguro que nadie conocía al muchacho. Y nadie tenía noción de las ideas que portaba.
Sin querer, una de esas ideas lo llevó a pensar en voz alta.
–Las compensaciones por las tareas realizadas deben ser inmediatas y valuadas en bienes –dijo Horacio totalmente sumergido y con una voz imperceptible. Recordó que eso provocó una indignación importante en la profesora, y una reprimenda de las autoridades de la escuela.
–¿Qué dijiste? –preguntó Martín.
–Si uno acopia lo suficiente, puede vivir sin hacer nada de nada –dijo Horacio ignorándolo, sin poder abandonar sus cavilaciones y reflotando otra de las ideas perturbadoras del muchacho del tatuaje.
–¿Hacer nada de nada? –insistió Martín con preocupación mientras sacudía el brazo de su amigo.
Horacio salió del trance, pero no abandonó el estado de reflexión y preguntó:
–¿Qué Méritos se obtienen por no hacer nada, de nada?
Pablo lo miró con curiosidad.
–No importa lo que uno haga –dijo–. Siempre se reciben Méritos a menos que uno haga algo negativo. El solo hecho de existir produce Méritos. Las horas de trabajo repercuten directamente y de manera fija en cierta cantidad de Méritos. Lo único que sucede si uno no colabora con la sociedad, es que obtendrá menos Méritos, por ende objetos de placer menos gratificantes, o bien, deberá esperar mucho tiempo por los más gratificantes.
–De seguro no será infeliz si su felicidad se basa en no hacer nada –agregó Omar.
Horacio abandonó finalmente su estado de encierro, pero en ese mismo momento sintió resurgir la ponzoña nuevamente.
–Supongamos que yo no trabajo, –expuso Horacio– pero construyo un purificador de agua más eficiente que usaré yo solamente. ¡Me correspondería recibir Méritos!
–¿Por qué? –preguntó Ángel.
–Porque mi hijo podrá usarlo mientras viva conmigo y hasta que se deba mudar a su primer apartamento asignado de adolescente. Y cuando yo me muera, alguien podría aprovecharlo. En mi opinión estaría contribuyendo con algunos, ergo con la sociedad.
–¡No lo estás! –exclamó Martín.
–¿Cómo estás tan seguro?
–¡En primer lugar porque la “no herencia” antecede a todo! Y en segundo… –sin terminar la frase, Martín se levantó a buscar “El Diccionario”. –La definición de trabajo es precisa –dijo–. Trabajo: colaboración con la sociedad que realiza un individuo para producir algún objeto de placer, que se gratifica con Méritos. Nada que se produzca para sí mismo se considera trabajo, ni debe ser gratificado con Méritos.
Y Omar apuntó: –Después, nuestros legisladores agregaron muchísimas definiciones que sostienen nuestro sistema, como ser, que la cantidad de Méritos que se reciben deben estar regidos por la noción de: cuánto más personas sean favorecidas por el esfuerzo de un individuo, más Méritos se le conceden a éste.
Horacio recordó al muchacho del tatuaje cuando decía que: ≪cada cosa o tarea debía tener un valor preciso, establecido por la autoridad que lo producía y acorde a la dificultad para obtenerlo. Y que debía ser más valioso cuanto más se deseara.≫ Inmediatamente esa idea le pareció ridícula, y sintió que los antídotos del sentido común apaciguaban la ponzoña.
Dijo.
–A mi me parece que lo ideal de nuestro sistema es que los Méritos son otorgados solamente por la gente influenciada, por la gente que te rodea y por la que te conoce. Esto hace que el sistema sea justo.
–Es una parte de la verdad –dijo Pablo–. Siguiendo tu línea de pensamiento, a mí me parece que lo ideal de este sistema radica en que no existen intermediarios entre el que satisface y el que necesita.
–¡Momento! –manifestó Omar–. En mi humilde opinión, como diría Horacio, a mi me parece que lo ideal de este sistema es que nos basta con necesitar algo para disponer de una reserva de Méritos para otorgar. Y quien o quienes satisfagan esa necesidad, recibirán esos Méritos.
Horacio sintió que la toxina desaparecía de su mente.
–Es realmente bello –dijo–. Solo hace falta necesitar. Cuanta más necesidad tiene un individuo, más capital posee para satisfacerse.

Todos se quedaron pensando, algo extasiados por la comprensión del sistema en el que estaban inmersos.
Omar rompió el silencio.
–Eso hace casi imposible que no se pueda satisfacer una necesidad, a menos que la tecnología no lo permita todavía.
–¡Todavía! –exclamó Ángel, resaltando su expresión al puntear repetidamente con el dedo el brazo de Omar–. ¡Bien usada la palabra! Porque en cuanto una necesidad es reclamada por una comunidad, si la tecnología no la puede resolver, inmediatamente se destinan los recursos para la investigación y el desarrollo de la solución.
Por un momento, Horacio se despojó de las dudas acerca de las virtudes del sistema. Pero algo rondaba su cabeza. La ponzoña no se había retirado del todo.
Con un movimiento brusco, quitó “El Diccionario” de las manos de Pablo, y se sumergió en las definiciones tratando de buscar otro antídoto para sus impurezas.
Leyó.
–Adquirir cualquier objeto de placer está garantizado por la cantidad de horas de trabajo alcanzadas. La acumulación de Méritos ayuda a obtener objetos de mejores características, más novedosos, o más rápidamente, que como se obtendría con solo la mera existencia, o sin colaborar con la sociedad.
–Convengamos –interrumpió Martín– que el uso más habitual de los Méritos es el entretenimiento, ya que todos los bienes y servicios que se necesitan para vivir están considerablemente satisfechos por las horas trabajadas. Incluso, si no se trabaja, igualmente todo está garantizado, pero en menor medida.
Horacio pensó en todo el placer que obtenía del disfrute de los entretenimientos que existían, y reconoció que otra forma de vida parecía irracional.

La mesa hizo silencio. Habiendo agotado el debate, luego habrían retomado la jocosidad. Pero durante los minutos que duró el sigilo, Horacio sintió la toxina penetrar nuevamente su discernimiento.
Dudaba. Aunque no se le hubiese ocurrido hacer mención alguna de sus incertidumbres. Menos todavía, mencionar que conocía al muchacho del noticiero. O sus ideas.
Y menos aún, que creía saber en dónde éste se encontraba.

***

El muchacho del tatuaje seguía soñando en esa casa abandonada. Soñaba con aquél día cuando descifró el mensaje. El bosque permanecía callado. La luz de la luna, imperceptible a causa de la densa capa de nubes, daba el marco ideal para un sueño en donde la frustración ya era demasiado elocuente.

≪Ya no sé dónde encontrar la clave. El origen del origen, me dijo el anciano. Es evidente que se trata de una expresión literaria para reforzar el concepto que debe ser un nacimiento. El primer nacimiento. ¿De qué? ¿Del primer humano? ¿De los Originales? ¿El nacimiento de los Originales? Nadie lo sabe. Ni los máximos eruditos. No puede ser eso. No puede ser una palabra o frase que nadie podría descifrar. De qué serviría enviar un mensaje cifrado a alguien que jamás lo podrá descifrar. ≫
≪Probé con génesis, creación, el mismísimo Big Bang… Con todo lo que tenga que ver con nacimiento. Probé raíz, germen, manantial, y todo lo que tiene que ver con origen. Pensé que tal vez no fuera una expresión ligada a nacimiento. Tal vez se trate de enfatizar el tamaño. El origen del origen podría indicar lo más pequeño de todo. Probé con átomo, partícula, migaja. ¡Incluso niño! ≫

El muchacho seguía recostado en la negrura del bosque y la noche permanecía en calma y agradable. Ni frío, ni calor. Ni insectos. Sin embargo, se sacudió bruscamente y cambió de posición. El sueño lo tenía a mal traer. Pero en ese momento, una sonrisa se dibujo en el rostro del durmiente.

≪El origen del origen, me dijo el anciano. ¿Una expresión del origen? ¡El Diccionario! Es obvio que el Diccionario no fue primero que todo, porque alguien lo escribió, y ese estuvo primero. Pero no sabemos quién lo escribió. Los Originales. Ellos son una idea. Una forma de explicar lo que no conocemos. Lo que sí conocemos es el Diccionario. ¿Si ese es el origen, cuál es el origen del Diccionario? La Roca. La frase en La Roca.≫

El sueño comenzó a hacerse muy vívido, y se adentró de tal manera que era ya imposible salir de sus garras.

Las rocas eran miles, todas tenían escrituras y un orden. Sólo la primera no respetaba el orden. A partir de la segunda, el contenido de cada una permitía descifrar el de la siguiente. Y así sucesivamente, hasta llegar a la última en donde, habiendo recorrido y acumulado el contenido de todas, el conocimiento original era tan variado y amplio que permitiría fundar esta sociedad avanzada en muy poco tiempo.
Pero la primera roca, “La Roca”, no estaba en orden. Tenía una frase de esas que se encuentran en las rocas del orden superior al millar.
Nada en la frase le resultaba especial, al menos no más de lo que había aprendido hace añares en la escuela. Por lo que se planteó que para hacerla especial, debía pensar de manera distinta. Tal vez impugnar lo que le enseñaron.
Sabía que nadie en su sano juicio cuestionaría lo que los sabios explicaban de ella. Además nadie tendría el deseo, o el impulso de hacerlo, a menos que fuese inhumano. Recordó una definición de ese tal Dr. Giovanni que estudiaron en la escuela. ≪Solo aquellos con cierta condición podrían llegar a transitar el camino intelectual de considerar a los ancestros como beligerantes≫. En ese momento una idea pasó fugazmente por su mente. Una idea que no pudo precisar. Pero la idea se esfumó.
Se propuso imaginar un escenario como el que sugería el doctor. Beligerancia. Y se predispuso a sufrir terribles conmociones y peores dolores.
Pensó en golpear muy fuertemente a un humano. Y pensó en aquella que lo había traicionado. Ninguna conmoción. Ningún dolor. Imaginó vívidamente herirla gravemente con un elemento cortante. Ninguna conmoción. Ningún dolor.
Pensó en matarla cortándole el cuello. En su cerebro vio a la traidora gritar hasta ahogarse en su propia sangre.
Su cuerpo seguía impertérrito.
Entonces, por primera vez en su vida, pensó en una gran matanza, en una masiva destrucción de vidas, con explosiones, mutilaciones y todo tipo de vejámenes e imágenes perturbadoras.
Sintió una emoción que no pudo precisar.
Pero ninguna conmoción en el cuerpo. Tampoco dolor.

Entonces, algo empezó a gestarse en su cabeza. Según el Dr. Giovanni, las “guerras” podrían ser aniquilaciones que él pudo imaginar hace unos segundos. Y si fueron mundiales, fueron eventos de extinción. Y si hubo una tercera, hubo dos previamente. Entonces, en ese escenario, las “armas” podrían referir a tecnología para destruir vidas. Y la tecnología siempre mejora. En la tercera debieron ser más efectivas que en las dos primeras.
En ese momento se le apareció con fuerza la idea que antes se le había negado. En la frase, tal vez se quiso indicar que en la cuarta habría una tecnología elemental, inferior a la de la tercera. Y la palabra le surgió como un volcán. Esa palabra que ningún ser humano podría deducir de la frase.
–¡INVOLUCIÓN!

Un impulso frenético lo llevó a ingresar la palabra en el descifrador. Y en un segundo apareció en la pantalla el texto:

“Si puedes leer esto, eres especial. No estás solo. Búscame.
Calle F6262 Casa 7 Sector CJ
Dr. Giovanni”