El prestigio heredado - Capítulo 2

Definición de “El Diccionario”

Supervivencia: El resultado del ejercicio que debe realizar el conjunto pleno de la humanidad para superar los impedimentos a la vida de un solo ser humano cuando éste se enfrente a ello.

Evolución: Alcanzar mejores prácticas, más eficaces y más eficientes, para llevar a cabo la supervivencia.

Vivienda de adulto

El origen de la amistad entre Horacio y el muchacho fue bastante clásico. Ambos tenían dieciséis años y habían sido emancipados recientemente.
Al muchacho le habían asignado el apartamento lindero a Horacio, en el complejo de viviendas para estudiantes de Ciudad Jardín. Éste complejo circular y de unos tres o cuatro pisos, estaba destinado a jóvenes independizados, por lo tanto era un gran albergue de lozanos individuos en dónde las fiestas y el sexo fluían por doquier. Algunos jóvenes se habían destacado en sus estudios y poseían “Máquinas de euforia” en sus apartamentos, y por ese motivo solían ser anfitriones de las fiestas. Los muchachos acostumbraban decir que una fiesta sin máquina de euforia, no era tal. La excepción eran las fiestas en la piscina alojada en medio del complejo. Esas sí lo eran aunque no hubiera tales aparatos.
Cada adolescente, al cumplir los dieciséis años, era emancipado y debía abandonar la vivienda de sus padres para empezar a vivir solo. La Organización Mundial le otorgaba un apartamento acorde a su edad, normalmente ubicado en estos complejos construidos para ese fin, atiborrado de jóvenes, para que la experiencia del abandono de la casa paterna, se vea compensada con una promesa de libertad y diversión.
Cada morada tenía lo básico y necesario para que un estudiante viva cómodamente, sin otra preocupación que no sea estudiar. En general eran alojamientos que constaban de un dormitorio que solía ser pequeño pero de generosa ventana, un living amplio bien iluminado, una cocina comedor también algo ajustada, el baño y un lavadero. La puerta de entrada casi siempre daba al centro del complejo, en donde se observaban el parque y la piscina.
La residencia podía ser utilizada durante cinco años. Una vez cumplido ese lapso, la Organización Mundial le otorgaba a cada uno otro apartamento o casa más amplios, en general cercano al trabajo de cada uno. A estas viviendas se las llamaba oficialmente “Primera vivienda individual”, pero informalmente se la conocía también como “Vivienda de adulto”.
Antes de tomar posesión de la residencia de estudiante, la Organización Mundial contactaba a la familia con el fin que el chico pudiera elegir entre algunas opciones disponibles. No era demasiado, pero eran detalles que permitían darle un toque personal y propio a las moradas. En primer lugar se daba la posibilidad de elegir entre alguna de las unidades disponibles. Algunas tenían mejores vistas que otras, o bien, algunas estaban más cerca de la entrada del complejo que otras, o más cerca de la piscina. Las opciones eran varias más.
Luego se le permitía al futuro responsable que eligiera el color de los ambientes y del frente. La organización se encargaba de pintar las paredes con un equipo destinado a tal fin, aunque era mal visto que el futuro habitante no colabore con las tareas de preparación de la vivienda. Éste solía ser el primer contacto con el trabajo, y por supuesto se recibían Méritos por él. El proceso solía ser muy gratificante para los jóvenes, porque casi no existía limitación acerca de las posibilidades. Si el reciente quería que las paredes lucieran con dibujos, o bien, como el renombrado cuadro de un museo, o como una discoteca multicolor, se convocaba al artista correspondiente para realizar la tarea. Lo que no era posible eran los cambios sobre la marcha. Una vez que se decidió algo y se comenzó, se terminaba sin opción a cambio. En caso de arrepentimiento, el futuro residente debía hacer las modificaciones luego de tomar posesión y a costa de su propio esfuerzo.
Finalmente se elegían los muebles, utensilios y electrodomésticos, entre una serie de opciones limitadas pero interesantes.

Los cinco años de permanencia en la vivienda de estudiante no eran obligatorios. Pero sí los primeros dos años. Llegado el caso, si el estudiante lo deseara y por su rendimiento hubiera acumulado una cantidad de Méritos suficientes, podía acceder a una vivienda individual. Aunque vivir en los complejos de estudiantes era tan gratificante, que sólo algunos pocos usaban ese beneficio. La mayoría de los Méritos acumulados se utilizaban para adquirir máquinas de euforia. ¡Quién no querría una en su casa!
El rendimiento de cada estudiante se notaba visiblemente. En general la vida se solía encarar de dos maneras. Aunque sin imposición alguna. Simplemente eran las dos formas más frecuentes que transitaban las personas. Una era conformándose con poco, que de por sí era excelente, y acumular Méritos con el fin de alcanzar objetos de placer muy valiosos cuando llegase el momento. La otra forma clásica era utilizar los Méritos rápidamente para obtener novedosos objetos de placer, acordes a la condición vigente. La acumulación de Méritos solía resultar ridícula para la mayoría de los estudiantes, porque la vida era muy placentera de por sí, y no tenía sentido privarse, en la juventud, de la experiencia que brindaban algunos objetos de placer.
Por eso se notaba cuando un estudiante se destacaba del resto. En general, ese joven tenía un apartamento amoblado y decorado exquisitamente, y solía estar equipado con lo último en sistemas de entretenimiento.
Y también se notaba aquél que no se esforzaba o sólo acumulaba. Sus viviendas solían permanecer semejantes a cómo se las entregaron. Con todo lo necesario para vivir cómodamente y entretenerse eficientemente, pero con pocas novedades.
También se notaba la personalidad de cada uno.

La residencia del vecino había quedado anodina. A gusto de Horacio resultaba demasiado insulsa. Paredes blancas y sólidas sin matices, ni adornos. Todo el amoblado completamente minimalista, totalmente desprovisto de atavíos o realces. La preparación se hizo a la velocidad de la luz, con lo cual Horacio no tuvo tiempo de conocer previamente a aquél muchacho que parecía ser el futuro morador. Terminó tan rápido que solamente volvió a verlo el día en que se mudó.
Horacio esperó tranquilo a que la familia se fuera, y se instaló en el pasillo con un jugo en la mano y un paquete de galletitas. Atardecía y la penumbra había empezado a invadir el complejo. Seguía esperando el momento apropiado para golpearle la puerta y darle la bienvenida.
Estaba pensando en moverse cuando la puerta se abrió y el muchacho surgió desde ese interior blanco que casi encandilaba. Portaba una gran sonrisa y un tatuaje en el ojo derecho.
–Sé que me estás espiando. Espero que sea para darme la bienvenida y no para echarme –dijo–. Y ambos soltaron una carcajada.

***

La primera vez que el muchacho lo cometió, buscó que el incidente pasara desapercibido, y lo logró. La víctima había sufrido un percance en su mano que sanó luego de algunos meses, y jamás se enteró que todo había sido un asunto premeditado. Quedó registrado como un accidente laboral sin mayores consecuencias para nadie. Así, como todas las otras veces que lo cometió, cada vez con más saña, en todas fue considerado un accidente.
Esta vez no sería solo un accidente. Tendría que ser un acto inconfundible. No solamente debía ser terrible, sino que debía notarse claramente como premeditado. El quería darle un mensaje a la sociedad.
Escogió a su víctima con cuidado. Eligió a una persona increíblemente apreciada y conocida. Una médica científica que había influido positivamente con su esfuerzo sobre un enorme número de personas, gracias a que había descubierto y desarrollado una vacuna para una enfermedad que hasta entonces había sido incurable.
Esos millones de individuos beneficiados le habían otorgado una notable cantidad de Méritos, para tener una vida increíble y además proseguir con sus investigaciones. La mujer era muy feliz, y solía vérsela pasear por el parque con su esposo y su pequeño hijo.
Ideal para su objetivo. Prestigiosa, valorada, y tan útil para la sociedad. ¡Quién jamás podría hacerle daño!

Ya era entrada la noche de esa rara y agradable primavera. El muchacho se había mantenido escondido en la casa abandonada, a la espera que los agentes se fueran. Hacía muchos días que se encontraba en ese refugio reducido. Lo estaban buscando desesperadamente. Ni él comprendía cómo lo habían identificado, ni cómo los había evadido hasta ahora.
Cuando los agentes entraron a esa morada, permaneció en una quietud y silencio absolutos, protegido por aquél cilindro que reproducía en un lado, exactamente lo que se veía detrás de él. Si aquél agente solo hubiera adelantado un dedo, lo hubiesen descubierto.
El refugio se encontraba a poca distancia de la casa de la mujer. Afuera, la noche era fría y no tenía luna. El viento no era impetuoso, pero sí lo suficientemente fuerte como para convertir la arboleda en una danza de figuras fantasmagóricas. La poca luz de la calle colaboraba en crear un ambiente opresivo.
La enorme casa estaba en un páramo poco habitado, bastante lejos de la ciudad. La calle de tierra separaba la hilera de casas vigorosas y alegres. De vez en cuando se escuchaba el zumbar de algún vehículo cuando atravesaba la calle principal, que corría perpendicular a la suya. Y cada tanto sobrevolaban la zona como buscándolo.
El muchacho miraba por la ventana y veía deambular a los agentes. Estaba seguro que en algún momento iban a desistir. Al menos por un rato. Él esperaría el instante apropiado con paciencia. Estaba decidido a llevar su propósito adelante, y tan cerca de poder iniciarlo, que conservaba toda la tolerancia que fuera necesaria. El agente que estaba en el vehículo hizo una seña. Se subieron todos en el móvil. Y lo dejaron solo, con excepción de los agentes parados en la esquina.
Ya había trazado su plan para acercarse a la casa de la mujer sin ser visto. Cruzaría la calle, inmerso en la película reflectante del cilindro. Pero debía hacerlo dando un paso, por lo menos cada veinte segundos, pegando un pie al otro. Un caracol sería más veloz. Si se movía más rápido, el cilindro no podría determinar con exactitud que debía reproducir para que del otro lado pareciera que todo estaba igual. Contaba con la noche para no ser visto desde arriba, ya que el cilindro no tenía cubierta y no podía reproducir como se vería el suelo por debajo. Era solo una tapa uniforme de unos noventa centímetros de diámetro, de un color parecido al que tuviera el suelo.
Comenzó su marcha. Atravesó el patio a la única velocidad posible que le permitía el apretado cilindro, protegido por las paredes de su refugio, y la casa vecina. Al llegar cerca de la entrada, cuando se quedó sin las construcciones cómplices, se detuvo. Miró hacia un lado y hacia el otro. Los agentes permanecían expectantes en sus puestos. Uno fumaba. El otro observaba algún dispositivo que tenía en su mano. Estaban bien entrenados. Cada tantos segundos observaban atentamente los caminos, en todas direcciones. Sería imposible para cualquier transeúnte escapar a su mirada. A menos que fuera invisible. Y eso era imposible para todos. Menos para él y su cilindro.

El plan era sencillo y muy fácil. Inmediatamente pensó que no eran momentos para ironías. Caminaría tan lentamente que el cilindro lo volviese virtualmente invisible. Si la suerte lo ayudaba, durante los diez minutos que tardaría en cruzar la calle, ningún auto vendría. Si algún vehículo llegaba a circular por esa calle, estaría perdido. Si la suerte lo ayudaba, la ventisca no enviaría ninguna ráfaga delatora que lo desestabilice. Si la suerte lo ayudaba, los agentes no tendrían tan buena vista como para discernir las leves diferencias que se producían cuando se observaba uno de estos cilindros. Si la suerte lo ayudaba, la noche lo acompañaría con su confusión.
Respiró profundamente y dio el primer paso. Se detuvo. Ya no podía mirar a los agentes. Debía dar un paso tras otro como lo había calculado. Veinte segundos. Dio el segundo paso. Se detuvo. Veinte segundos. Dio el tercero. No dudó. El corazón le latía fuertemente.
Dio el paso quince. Se detuvo. Ya estaba alcanzando la mitad de la calle. Un vehículo frenó intempestivamente en la esquina. El polvo levantado de la vía dibujaba nubes en movimiento. El ruido fue acompañado por una enorme gota de transpiración. El agente se movió. Quince segundos. El muchacho dio el siguiente paso. Se detuvo. Diez segundos. Dio el siguiente paso. No se detuvo. Casi automáticamente dio uno más. El agente se dio vuelta en su dirección. El vehículo avanzó unos metros. El conductor también miraba en el mismo sentido. El agente dio un paso. Puso su mano en la cintura. El vehículo comenzó a doblar lentamente en dirección a él.

No le quedó otra que quedarse inmóvil. Estaba seguro que lo descubrirían. El vehículo iría en su trayectoria y si no se movía, sería atropellado. Solo si una fuerza universal e indescriptible estuviera con él, el vehículo pasaría al lado suyo sin enterarse de su presencia. Pero eso no existe. Se preparó a correr y con suerte podría escapar.
El auto estaba a unos veinte metros y, si él no se movía, seguía en curso de pisarlo. De pronto un perro comenzó a ladrar y correr al lado del vehículo. El conductor se asustó y dio un volantazo. La máquina pasó por al lado del muchacho sin notarlo. Y siguió de largo. El agente que estaba en la esquina se dio media vuelta y ya nadie más volvió a molestarlo durante el tiempo que duró su propósito.
Completó su camino hacia el otro lado, dando un paso cada veinte segundos. Ya enfrente, estaba lleno de protecciones, lo que le permitió llegar a la casa sin demoras. Como en todos lados, la puerta no tenía ningún tipo de traba. Y ya conocía perfectamente el camino. Hacía mucho tiempo que estaba vigilando esa vivienda y sus movimientos. Ingresó silenciosamente. Supuestamente el marido y el hijo no estaban. Habían emprendido juntos un viaje. Sólo la mujer debía estar durmiendo. Subió las escaleras sigilosamente. Pasó por el cuarto del niño. Vacío.
Llegó a la habitación del matrimonio. La puerta estaba abierta de par en par. El cuarto lucía como iluminado parcialmente por una luna insípida. La mujer dormía medio destapada. El viento movía las cortinas que brillaban con la luz del exterior. Se acercó con movimientos felinos, como los de una leona acercándose a su presa. Se quedó parado observándola un minuto. La tenue luz de la noche y la sombra silenciosa  de ese hombre, en el borde de la cama, infundían verdadero terror. En ese momento, el muchacho se fue inclinando y fue acercando suavemente su mano enguantada hacia la boca de la mujer. Cuando estaba a pocos centímetros, ella abrió los ojos. Y quiso lanzar un grito que hubiese desgarrado la noche. Pero la mano alcanzó violentamente su destino.

El agente sintió algo raro provenir de la enorme casa. Miró hacia allí. La ventana de arriba estaba abierta y la cortina entraba y salía con el viento. Pero el silencio era absoluto, excepto por los grillos. Hoy no encontrarían al muchacho. Solo esa misteriosa y falsa sensación que algo distinto había ocurrido. Se dio media vuelta y prendió otro cigarrillo. Todo estaba en calma y en orden.



Definición de “El Diccionario”

Policía: entidad que se ocupa de mantener el orden público y servir de referencia y recordatorio de las normas de convivencia de cada lugar en particular.

Saludadores de edificio

Primavera. Calurosa primavera. Nancy ya estaba cansada de caminar ese día. Había iniciado la jornada muy temprano yendo de casa en casa para dar a conocer la nueva propuesta. Si conseguía la cantidad de firmas indispensables, el comité regional evaluaría la necesidad de instalar el “Centro de educación para el bienestar físico” que muchos habían confirmado como algo imperioso en la zona. El día había estado soleado y hermoso, con un cielo despejado de nubes, pero su andar a esa hora ya era cansino, y dado el calor que hacía, su aspecto ya no resultaba tan acogedor como al principio del día.
En la primera casa de ese día le había ido muy bien. Esta se encontraba sobre un desnivel que le otorgaba un aspecto señorial y el jardín que la rodeaba le daba un aire opulento. El perfecto césped y la carencia de árboles parecían conformar una gran mesa de billar inclinada en donde diferentes canteros floreados semejaban a las bolas de colores. Realmente parece premeditada la semejanza con la mesa de billar, pensó. Un sendero ondulante cortaba el paisaje y estaba bordeado por una ligustrina uniforme que parecía invitar a ingresar en él a todos los transeúntes.
Nancy tocó el timbre y acudió a abrirle la puerta una niña que le mostró una cálida sonrisa. La hizo pasar a un recibidor bastante amplio y bien iluminado. Nancy tuvo la sensación que se encontraba en la vivienda de una familia que había construido un buen prestigio. La niña se alejó en busca de su madre, quien llegó al recibidor en un par de minutos. La mujer, de contextura normal y aspecto esbelto y cuidado, la hizo pasar a una sala de estar cómoda y muy alumbrada también. El ambiente era fresco, y sumamente agradable, en conjunción con el día que hacía en el exterior. Nancy pensó que le faltaban muchos años para acceder a una morada como aquella, pero la certeza de que alcanzaría algo semejante por el solo hecho de existir, aunque fuera en la ancianidad, le proporcionó una gran satisfacción.

–Como usted entenderá, la actividad física es fundamental para llevar una buena vida –comenzó Nancy. Pero es muy importante que quienes la practiquen, conozcan ciertas pautas, ya que sin ellas, se corre el riesgo de sobre o sub exigir al organismo.
–¡Desde ya! –le dijo la mujer, con total conformidad.
–Y no solamente se trata de conocer cuestiones ligadas a los músculos. También se trata de conocer aspectos relacionados con la alimentación, la postura, etc.
–Si claro.
–Veo que usted tiene un cuerpo cuidado. ¿A qué se dedica?
–Soy concertista de violonchelo, le dijo.
–Una actividad bastante sedentaria. Sin embargo se la ve en excelente forma –dijo Nancy–. ¿Realiza actividad física frecuente?
–Así es. Como usted dijo, para tener una vida plena, si uno tiene la gracia de estar bien de salud, también es necesario favorecer al cuerpo. –Y agregó– A la suerte hay que ayudarla como decía mi padre.
–¿Y con qué pautas realiza usted la actividad física?
–Sin pautas. Con mi marido tenemos ciertas rutinas que nos dan buenos resultados. A veces no nos es fácil hacernos el tiempo, pero nos esforzamos por conseguirlo.
–Entiendo. Y dígame. ¿Le agradaría conocer ciertos secretos que le ayuden a conseguir los mismos resultados en menor tiempo?
–Me encantaría, le dijo la mujer con una sonrisa más amplia y nuevo brillo en los ojos.
–En realidad no son secretos. Se trata de compartir el conocimiento que ya tienen los especialistas para optimizar el cuidado del cuerpo. Mi presencia aquí es para solicitarle que se sume a nuestra iniciativa de montar un Centro de educación para el bienestar físico, dado que el más próximo se encuentra a demasiados kilómetros de aquí.
–¡Me parece fantástico, y cuenten con mi firma! –exclamó la mujer. –Pero le pregunto. Si a veces nos cuesta hacernos el tiempo… ¿No será un escollo adicional el tener que acudir a ese Centro?
–El Centro es una sede que concentra la organización, posee un gimnasio, piletas de natación y profesores para quienes deseen acudir. Pero también proporciona la base para los profesores a domicilio. Es decir que si usted lo prefiere, puede solicitar que un profesor acuda a su domicilio, o a donde le plazca dentro de esta zona, para realizar la instrucción. Además el instructor, varón o mujer, como prefiera, es una compañía a la hora de realizar las actividades.
Y agregó: –Lo mismo aplica para los especialistas en nutrición, belleza, y el sinnúmero de actividades que se promueven. 
–¡Me encanta! –dijo la mujer, mientras casi le arrebata los formularios para estampar su firma.

Nancy era muy buena haciendo la tarea. Se había aprendido a la perfección el texto requerido para esta iniciativa. Su especialidad era la Comunicación personal. Su trabajo consistía en hacer visitas a domicilio para promover las iniciativas de la Organización Zonal, según las necesidades que se presentaban en la comunidad cercana. Su tarea era muy valorada, y le otorgaba buenos Méritos ya que la influencia positiva sobre sus pares era notoria. En esta oportunidad se trataba de este centro de bienestar físico, pero a lo largo de su carrera había promovido todo tipo de iniciativas, como ser la “Clínica para emergencias médicas”, los “Saludadores de edificios”, el “Colegio de emprendedores”, y muchas cosas más.
Cualquier necesidad que se presentara, era considerada sin importar su índole. Los Saludadores de edificio, por ejemplo, eran personas cuya única, pero no menos importante función, consistía en recibir con una sonrisa y buenos deseos a cada persona que accedía a un edificio. Había sido justamente una iniciativa de un alumno del Colegio de emprendedores, quién había sugerido que una cálida recepción, predisponía mejor a los trabajadores a realizar su tarea, y de esa manera ejercer su función con mayor felicidad y rendimiento. Mucha gente que no tenía deseos o no necesitaba grandes y novedosos objetos de placer, o incluso quienes tenían alguna discapacidad, solían ejercer esta tarea que era bien considerada por la gente.

Nancy casi había terminado la jornada. Estaba oscureciendo, pero tenía un lugar más que visitar. Éste se encontraba algo alejado, en un paraje medio solitario, rodeado de una espesa arboleda. Se trataba de la casa de una científica renombrada. Al llegar al lugar, Nancy notó que la casa lucía un poco misteriosa. Eso la llevó a percibir la presencia de los agentes del orden. Recién en ese instante tomó conciencia de la gran cantidad de agentes que había por las calles en estado vigilante.
Abandonó sus pensamientos y tocó el pulsador del timbre. Para su sorpresa, el botón accionó un mecanismo que abrió automáticamente la puerta de par en par. El interior presentaba un living algo oscuro que daba la impresión de conducir hacia un gran salón, y en este percibía una luz bastante fuerte cuyo origen ella no pudo determinar.
Nancy imaginó que la luz provendría de una sala de estar más grande, y avanzó con temor y cierta duda, dado que pensó que ya era demasiado tarde, y lo mejor sería acordar otra oportunidad para la visita. Pero algo la obligaba a avanzar hacia la luz.
Cuando alcanzó el gran salón, y observó el origen de la luz, su cuerpo experimentó algo parecido a una terrible descarga eléctrica. La piel se le erizó y la espina se le dobló como si una fuerza la obligara a derrumbarse. La escena era tan perturbadora que se estremeció de dolor y no pudo contener el vómito que le quemó su interior. Y comenzó a llorar y a sacudirse sin control. En ese instante perdió el conocimiento.
Jamás en su vida podría olvidar lo que vio. La escena la atormentó durante muchos días, y necesitó ayuda para salir adelante. Cuando recuperó el conocimiento, corrió sin rumbo hasta encontrar a la primera persona y se arrojó a sus brazos llorando desconsoladamente. Al recobrar el aliento, contó su experiencia, y el rostro de la otra persona se transformó radicalmente. Como ella, esta persona no pudo reaccionar hasta pasados varios minutos. Y juntos acudieron a dar aviso.

***

A Horacio le habían adelantado que no fue un accidente, y le habían advertido que lo que iba a presenciar era horrible e intolerable para los ojos y la mente. Que probablemente su organismo no lo soportaría y que quizás convulsione ante la visión.
Horacio se había especializado en Psiquiatría y Antropología, y era bien apreciado en la sociedad por sus contribuciones en el manejo de las discordias. Sus méritos alcanzados le otorgaban una vida agradable y apreciaba mucho los aparatos tecnológicos para disfrutar de sensaciones en su vida diaria.
Era el mejor entrenado en su especialidad, y fue asignado al caso, porque el “Manejo de Discordias” era el único ente organizacional que contaba con agentes, investigadores, e infraestructura para resolver problemas especiales entre seres humanos.
La Policía jamás se había enfrentado a un crimen, con lo cual no tenían ni la preparación ni los medios para llevar adelante una investigación. Existía la Policía, porque Los Originales se habían encargado de definir tal concepto y su alcance no fue establecido para atender casos de este tipo.
Horacio estaba cansado y con sueño. Había trabajado toda la noche en un incidente en la otra punta de la ciudad y no había dormido todavía.
La tarde se tornó fría, como si alguien hubiese querido hacer más tétrico el momento, y la bruma lo envolvió todo, incluso dentro del salón que estaba muy oscuro. Cuando ingresó, se encontró con aquella escena que superó su imaginación.
El cuerpo de la mujer yacía crucificado, suspendido en el aire, flanqueado por rayos blancos de luz que parecían surgir desde atrás y sostener al cuerpo mutilado. Las ropas lucían desgarradas. La bruma y la oscuridad que lo rodeaban, acompañaban el dibujo de una imagen aterradora. Bajo los pies, en el centro, se encontraba lo que parecía ser el cerebro de la mujer o las vísceras, formando un montículo nauseabundo. El hedor. La sangre. Toda la sangre de la víctima había sido usada para pintar lo que parecía un enorme círculo con manchas en su interior.
Ya en el lugar se había congregado un equipo de investigadores de los cuales Horacio era el jefe. Habían montando en el exterior un perímetro prohibido al público, y en el interior todos esperaban su orden para comenzar a analizar la escena. Lo habitual en estas ocasiones era dejarlo ingresar primero a él y a Omar para que examinaran la situación en crudo, y solamente luego que ellos hubiesen satisfecho sus pesquisas, el conjunto continuaba con la evaluación del hecho.
El equipo estaba preparado para presenciar sucesos grotescos. Los habían entrenado para que su organismo pudiera soportar imágenes desagradables. Estaban acostumbrados a investigar entre otras cosas, accidentes graves, en donde las víctimas hubiesen sufrido serios daños en su organismo. Pero nunca se prepararon para lo que estaban presenciando.  
 Una vez que Horacio permitiera avanzar al equipo, Martín se puso a instalar la máquina que generaba y guardaba una imagen tridimensional de la escena. La máquina podía registrar el suceso en una especie de cubo virtual de diez metros por diez aproximadamente. Para ello se instalaban una serie de cañones láser en diferentes puntos de la escena. Cuando éstos iniciaron el barrido, el lugar confirió el aspecto de una macabra discoteca de láseres azules danzantes que rebotaban en el cuerpo sin vida de la mujer. El proceso duraba aproximadamente una hora, y durante ese lapso, los técnicos no tenían más que esperar y a lo sumo observar. La imagen obtenida era de una precisión tal, que de atravesar una hormiga el espacio rastreado, ésta sería reconocible luego en cada paso que hubiese dado de una punta a la otra.
Mientras tanto, Pablo procedía a fotografiar el entorno, en dos y tres dimensiones y registrar todo tipo de elementos del ambiente, incluso muestras del aire. Concluido el barrido tridimensional, se procedía a mover a la víctima para analizarla en el lugar, de manera de registrar cuanto se pudiera en el lugar del hecho, y luego se la trasladaba para hacerle la autopsia correspondiente.
Mientras los láseres hacían su trabajo, Horacio notó algo raro en el círculo del suelo.
–¿No te da la impresión que esas manchas son figuras reconocibles? –le dijo a Omar.
–Es verdad. Pero sólo algunas. Otras parecen no adoptar forma alguna.
–Pero hay una cierta simetría en muchas de ellas. ¿No te parece? No son meras rayas.
–Así parece. Perdón Horacio. Pero no te puedo acompañar por ahora en el análisis. Mi organismo está alcanzando un punto de descontrol. Temo que la conciencia que esto no es un accidente, supera mis capacidades.
–Está bien. Que cada uno que necesite detenerse un momento, lo haga ahora mismo, y por el tiempo que precise para recobrarse.
En ese momento Omar y todos los demás abandonaron el recinto, y Horacio se quedó solo junto a los láseres que continuaban barriendo.
Fue ahí cuando tuvo esa rara sensación. Por un instante, tuvo la vaga impresión que la escena en general le resultaba familiar.
Comenzó a rodear al cuerpo colgado fuera del alcance de los láseres, mirando hacia arriba. Lo primero que notó cuando estuvo en la espalda de la mujer, fue la abertura del cráneo por el cuál había sido extraído el cerebro.
Aparentemente fue realizado con un cortante laser y por la precisión del corte imaginó que se trataba de alguien con conocimientos médicos. Siguió rotando y notó que todos los cortes parecían precisos, hechos para producir un sangrado veloz.
En ese momento Horacio sintió el mismo escozor que sus colaboradores, y decidió abandonar el cuarto. Una vez afuera, ordenó a los agentes que prosiguieran las tareas restantes.
Se sentó solo en su auto a esperar. Y se durmió.
Durante esos minutos, Horacio tuvo una pesadilla horrible. Fue tan vívida que su corazón casi le explota en el pecho. Veía a la mujer viva, gritando de dolor entre destellos estroboscópicos de luz azul, y la sangre que manaba de su cabeza como manchones negros. Vio sus manos agarrarla por el cuello hasta casi asfixiarla, y entre los destellos se vio aferrando una pala con la cual le destrozó el cráneo. Luego se vio pintando el círculo y figuras en el suelo con la sangre de la mujer, cuando un flash le mostró que una de las figuras era claramente la letra M.
En ese instante se despertó con un grito, bañado en sudor y lágrimas. Su cuerpo estaba generando toxinas que lo estaban descomponiendo. Esto ha sido demasiado para mi mente.
Se precipitó al lugar del hecho. Todavía había técnicos en el lugar. Los láseres habían terminado su barrido, habían bajado el cuerpo y se estaban ocupando de preparar a la mujer para su traslado. Las vísceras ya habían sido quitadas y guardadas.
Horacio pidió que colocaran urgente una escalera en el centro. Subió y observó hacia abajo. Y descubrió aquello, quizás lo más terrible. Un intenso escalofrío recorrió su espalda. Lo que había dentro del círculo no eran manchas de sangre sin sentido. Eran letras. El atacante había dejado con la sangre de la víctima un círculo y un mensaje escrito en grandes letras mayúsculas. El mensaje decía: EL COMIENZO.