Definición de “El Diccionario”
Matrimonio: unión
entre dos o más seres humanos adultos sin perjuicio del sexo, con el fin de
convivir en la misma propiedad.
Propiedad matrimonial:
nueva propiedad de escala resultante de la consolidación de las vigentes de
cada uno de los intervinientes. Se le otorga al matrimonio, no a las personas,
ante lo cual, en caso de disolución, se le restablecerá a cada uno la anterior
o una propiedad de escala similar. El fallecimiento no se considerará
disolución.
La máquina de Euforia
El muchacho del
tatuaje llegó a la fiesta cuando ésta ya estaba muy avanzada. Se habían
congregado en una inmensa casa que daba frente al mar, en la ladera de un
cerro, con lo cual el paisaje era impresionante. El marco era aún más
impactante por los reflejos de la luna sobre las olas. Era una noche clara y
con una temperatura ideal. La casona estaba ampliamente vidriada, y desde lejos
ya se vislumbraban luces de colores en el interior, con las sombras clásicas de
las personas bebiendo y bailando. Fuera del edificio, en el gran balcón, varias
personas reían y charlaban animadamente mientras dos parejas se movían
lentamente al compás de una música algo insulsa.
A unos treinta metros,
una persona le señaló hacia la derecha para estacionar el vehículo, y el muchacho
se adentró en el conjunto hasta encontrar un hueco. Al salir, el olor al mar lo
transportó a un mundo de paz y serenidad que contrastaba con el movimiento que
existía en el interior de la casona. Y en su interior.
¡Buenas noches! –le
dijo el recepcionista con una amplia sonrisa.
El muchacho respondió
con un gesto de la mano.
Al entrar, el clima
reinante lo envolvió e inmediatamente se percató que en ese lugar, se contaba
con una Máquina de euforia.
Las Máquinas de euforia
eran unos sofisticados estimuladores del cerebro que combinaban aromas, luces y
sonidos indetectables para el ser humano, con sustancias que los invitados podían
consumir, que producían un efecto alucinógeno solo si el cerebro se veía
estimulado por tales aparatos. Para cualquier persona que abandonaba el espacio
en donde el artefacto ejercía su influencia, el efecto alucinógeno desaparecía
casi instantáneamente.
La gente solía
disfrutar mucho de estas reuniones, porque la experiencia era satisfactoria sin importar el estado de ánimo con el que se había
ingresado. Quienes deseaban una experiencia más profunda, podían consumir una
dosis más alta de la sustancia, o también una diferente.
Pero el alucinógeno,
no era realmente tal cosa. Era únicamente un facilitador para que las neuronas
de la corteza cerebral puedan decodificar las señales que generaba la Máquina
de euforia. El objetivo era evitar los excesos. Se podía incrementar el efecto,
pero hasta un límite. Superado éste, ya no había diferencia. Por lo tanto, una
persona que consumía altísimos niveles del facilitador, no obtendría mayor
efecto que aquella que consumía el límite admitido, ya que la experiencia más
profunda estaba limitada por el máximo que el dispositivo podía inducir. El
facilitador se llamaba "Quimera" y venía en muchísimas formas.
Incluso se podía pedir en cada trago que era lo habitual en este tipo de
reuniones.
El muchacho no quería
perderse la vivencia, ya que entre varios efectos, la máquina desinhibía, con
lo que se estimulaban las relaciones sociales. Así que se aproximó a la
improvisada barra, y pidió un trago de frutas lleno de "Quimera"
porque quería dejarse llevar de entrada por el festejo. Además, una de las
cosas que más disfrutaba era experimentar la transición entre la lucidez y ese
estado de ensueño que producían las Máquinas de euforia.
Mientras esperaba que
se lo sirvieran, miró fijamente una de las pistas, y vio como la muchedumbre se
movía estoica y mecánicamente, al ritmo de una música agradable pero monótona.
Jamás alguien afirmaría que estaban bailando. El ambiente era claro, y la
iluminación tenue pero concreta en tonos cálidos. Las luces se prendían y apagaban
de manera repetitiva y en perfecta secuencia.
Tomó el primer sorbo.
En unos segundos, los simples movimientos como de marionetas dieron lugar a
otros más suaves y complejos. Las luces antes estáticas y constantes, empezaron
a desplazarse y a destellar sin secuencia precisa. Una leve bruma comenzó a
subir desde el piso.
Otro trago, otros
segundos. Los movimientos empezaron a hacerse más amplios y ligeros. Las
marionetas convertidas en novatos bailarines empezaron a trazar ciertas
coreografías en donde cada cuerpo parecía flotar sobre una nube al ritmo de la
música.
Un trago más. Las
luces se desvanecieron para dar paso a lo que parecían ser llamas y lava
flotante de colores, que se mecían en medio de destellos caóticos y atravesaban
a la gente.
Un trago más. La
música se hizo rítmica, pegajosa y algo estridente, y terminó envolviéndolo
todo. Entonces, el muchacho creyó estar sonriendo sin saber en qué momento
comenzó a hacerlo.
La chica notó de
inmediato su presencia. El señuelo había resultado. Tenía un aspecto descuidado
y afligido cuando entró. Eso fue lo primero que le llamó la atención. No era
muy evidente, a menos que alguien tuviese la suficiente sensibilidad como para
notarlo. La gente en general no mostraba desasosiego en este tipo de reuniones.
Lo segundo fue su tatuaje en el ojo derecho.
Se sintió
inmediatamente intrigada y atraída por ese joven amargado y se preguntó si estaban
haciendo lo correcto. No había tomado Quimera por lo que estaba completamente
lúcida, sin embargo, la luz tenue no le permitía escudriñar al muchacho como
deseaba. Entonces fue cambiando de lugar para observarlo mejor.
Él se percató de la
atención de la chica a pesar de estar saturado de Quimera y se sentía flotando.
Sin embargo se puso en alerta. Sentía permanentemente que lo estaban espiando y
que no tardarían en apresarlo, desde que había comenzado a realizar sus pruebas
de violencia. Acudió a este lugar con el fin de olvidarse por un rato de su
existencia, pero evidentemente no lo dejarían. Probablemente ya habían
descubierto las señales y ahora lo tenían bajo vigilancia, y la chica seguramente
era una agente. Algo parecido al miedo, aunque no lo era, hizo que él también
comenzara a observarla con mayor detenimiento.
La chica se conmovió
cuando advirtió que él también la estaba mirando. Un escalofrío recorrió su
cuerpo. Tal vez era él a quien buscaba. ≪Hace mucho esfuerzo para que yo no note que me
está mirando, pero no lo consigue. Ha tomado mucha Quimera. Debo aprovechar
para confirmar mis sospechas≫, reflexionó. Con cautela comenzó a acercársele,
pero éste se mezcló entre la gente y cuando ella pudo cruzar al grupo, él ya no
estaba.
El muchacho notó que
la chica venía hacia él y decidió no correr riesgos. Tenía todos los sentidos a
merced de la Quimera y esto le haría cometer algún error. Decidió salir a un
balcón que daba frente al mar, a sabiendas que en cuanto abandonase el
interior, el efecto alucinógeno se iría inmediatamente. Así sucedió, y en un
par de minutos estaba contemplando los reflejos de la luna sobre el agua, con
una suave brisa en la cara, y con todos los sentidos en su poder. En el
proceso, había perdido a la joven y se tranquilizó nuevamente.
–¡Hola! –le dijo ella mientras
se acomodaba a su lado– ¿Te puedo acompañar?
El muchacho se
sorprendió pero disimuló su impresión.
–¡Claro! Estaba
disfrutando un rato de la noche.
–Qué raro que saliste.
Parecía que estabas compenetrado con la Quimera. Me disculpo. En cuanto te vi
entrar, algo en ti me hizo desear conocerte.
≪Ella
quiere conocerme. Ella lo que desea en realidad es descubrirme≫, pensó él.
–Debe ser mi aspecto.
Están todos tan arreglados y yo tan desgarbado, que te habré causado lástima –le
dijo.
–Lástima no.
Curiosidad, sí –le aclaro ella.
≪Es obvio
que es una agente. Debo alejarme cuanto antes≫, pensó él sin cambiar el gesto.
La chica notó que el muchacho
tenía un semblante que denotaba desconfianza. Pero estaba dispuesta a avanzar
en su comprobación. Después de todo, la forma de estar segura era mediante un
mecanismo afable y sutil. El Doctor le había suministrado unas pastillas para
refrescar la boca, que actuaban solamente en aquellos que tuvieran el gen.
–¿Quieres una
pastilla? –dijo ella mientras se ponía una en la boca y le acercaba el tubo al
muchacho. Éste aceptó y repitió la misma acción. Y por un instante se sintió
tranquilo.
Pero fue solo un instante.
En segundos empezó a sentir algo raro en la boca. Como si la pastilla hubiera
crecido de manera descomunal dentro de ella. Lo que siguió fue notar que no era
la pastilla creciendo, sino como si la lengua se le hubiese dormido. Pero el
dulce sabor del caramelo lo alejó de ese pensamiento, y el efecto desapareció. ≪Algo no está bien, pero
debo tranquilizarme≫, se dijo.
–¡Esgh muyh ricah! –dijo
el muchacho balbuceando. Efectivamente algo le sucedía con la lengua porque sus
palabras salían con un silbido extraño.
A juzgar de ella, y como
esperaba, el muchacho no estaba sospechando nada. La lengua se le había pintado
de color verde fluorescente, y así obtuvo su confirmación. Le esbozó una gran
sonrisa, lo miró sugestivamente, asintió, y comenzó a hablarle de cosas
triviales.
Lo último que recuerda
es que ella dijo algo sobre un paseo. Pero él ya no escuchaba. La miró y notó
que la lengua de la chica se había puesto verde fluorescente. Eso lo puso muy
nervioso. Su corazón comenzó a latirle a mil por horas, y lo invadió una aprensión
profunda. Fue en ese momento que notó a un anciano que los miraba, y en un
desliz, vio como ella intercambió por un segundo la mirada con ese anciano,
quien, como si le hubiesen activado un mecanismo, dio un respingo y avanzó un
paso en dirección hacia ellos. Eso fue demasiado para el muchacho que ya no
pudo tolerar la situación.
–Discúlpameh, perro
deboo irh a loss servicioss –dijo él torpemente, y al dar un paso, notó que el anciano
modificaba levemente su trayectoria para seguirlo. Entonces, dio media vuelta y
se dirigió hacia el interior del salón para intentar perderlo entre la
multitud, sin contar que en cuanto entró, en un segundo la Quimera le propinó
la desastrosa sensación de apoderarse de él nuevamente. Ya no tenía tiempo para
arrepentirse. Debía perder al anciano. Se dirigió a los servicios. Una vez allí
se miró al espejo. ¡Lucía horrible! Se sacó la camisa que arrojó al basurero, y
dio vuelta su campera reversible, con otro color por dentro. Mojó su cabello, y
se colocó los lentes de un individuo que había entrado corriendo hacía
instantes a un privado, y que los había arrojado sobre los lavabos. El muchacho
pensó que entre la muchedumbre y la luz tenue, el cambio le permitiría evadir
al anciano que lo seguía. Salió del baño e inició un interminable viaje entre
la gente tratando de divisar a la chica y al anciano para esquivarlos. No los
pudo ver, y nadie lo detuvo. Llegó a la puerta de salida, y caminó hasta el
estacionamiento, donde casi se zambulle entre dos autos. Y se sentó un minuto a
recuperar el aliento.
Afuera, libre y solo, una
vez lúcido, se sintió complacido por su velocidad de reacción a pesar de la
enorme sensación de mareo que le sobrevino por la Máquina de euforia. Se
desplazó rápidamente hasta su auto, y levantando polvo se alejó raudamente del
lugar.
Ya en el camino,
cuando su corazón dejó de sacudirle el pecho, mientras la carretera se movía
sinuosamente a través de las luces de su vehículo, decidió repasar la
situación. Conducía sin rumbo mientras sus pensamientos viajaron al encuentro
con la chica. ≪¿Si ella
le dio algo de tomar que le hiciera algún daño, por qué tomó ella una igual? ¿Acaso
tendría calculado que la primera sería inocua y las demás no?≫
≪Pero… ¿Y
si él no hubiese aceptado? Ella ya se había introducido una cuando le entregó
el tubo≫. Sin querer, se encontró conjeturando que la chica no le había querido
hacer nada, y que el anciano había sido producto de su paranoia. Frenó el auto
y aparcó a un costado. Se concentró en lo último que le dijo la chica: ≪¿Quieress queh vayamoss a
darh un paseoh?≫ En ese momento se percató del extraño silbido y que a la chica le
sucedió lo mismo que a él al consumir la pastilla. Y comprendió que ella lo
buscó y se sometió a la misma experiencia. Percibió que tal vez pergeñó ese
gesto como una fórmula para ponerse en evidencia ante él y lograr su confianza.
Ella no solo quería comunicarse. Quería conectarse con él.
≪¿Y si no
fuera así? ¿Si realmente lo estaban persiguiendo y esa era la forma de alejarlo
del salón porque lo consideran peligroso?≫ Sintió una gran curiosidad. ≪¿Y si ella era como él? ¿Y
si ella era lo que él mismo estaba buscando? ¿Y si ella también lo estaba
buscando a él desesperadamente?≫ En ese instante le sobrevino un impulso que no
pudo echar atrás. Se arriesgaría. Debía volver y encontrarse con la chica.
Puso en marcha el
auto, giró, y retomó en dirección hacia ese destino. O hacia su nuevo destino.
La chica lo vio
regresar y le invadió un inmenso placer. Esperó a que él estacionara, bajara
del auto, y sin más demora corrió a su encuentro. Le acercó delicadamente los
labios a la oreja tanto que él sintió la suavidad de su perfume.
Y con un susurro ella
le dijo: –Sé que tú lo tienes. Yo también lo tengo.
Definición de “El Diccionario”
Duración del
matrimonio: La unión debe ser renovada cada cierto tiempo debiendo cada uno
de los intervinientes presentar suficientes motivos para seguir perteneciendo a
la unión. Algunos de ellos deberán ser comprobados y aprobados por la
Organización Zonal, y será ésta quien decida mantener el vínculo. En caso de
resolver una disolución, ésta podrá ser apelada ante un organismo superior. En
cualquier circunstancia, la duración de la unión matrimonial no dependerá
solamente de las personas intervinientes, sino de la evaluación que también
haga la sociedad.
Nancy
Sin darse cuenta, en
ese momento el niño de primaria miraba hacia la puerta del aula, abstraído en sus
pensamientos. Estaba sentado en un pupitre que daba a la pared que tenía las
ventanas, y éstas se ubicaban por arriba de los ojos cuando los niños estaban
sentados, posiblemente para que no se distrajeran mirando al exterior. El aula estaba
muy bien iluminada y era espaciosa, con paredes blancas por la mitad superior,
y grises por la inferior.
En ese momento, un completo
desorden dominaba el lugar, porque la maestra no estaba y los niños corrían y
gritaban como si estuvieran en el recreo. El niño sabía que en cualquier instante
aparecería alguien a poner orden porque los demás cursos ya estaban en clase.
El niño era
inteligente y crítico. Se destacaba del resto por una ávida actitud de hacer lo
correcto o lo que parecía justo. Desde sus valores por cierto, aquellos de los
que había leído o le habían inculcado sus padres. Pero también de los que
surgían de sus propias evaluaciones. Ya desde muy corta edad el niño
experimentaba momentos de análisis y observación de la sociedad, con una mirada
crítica y contestataria en ciertas ocasiones.
Navegaba por sus
pensamientos cuando la niña apareció en la puerta acompañada de la maestra. El
aula hizo un silencio instantáneo. Cada uno de los chicos comenzó a sentarse en
su lugar sin quitar la mirada de la recién llegada. La niña era hermosa. Tenía
el pelo corto y negro, la tez blanca y una sonrisa cautivadora pero tímida.
El niño sintió su
corazón inflarse y una corriente recorrió todo su cuerpo. Desde ese día, la
niña se instaló en su alma y en su mente, y jamás abandonó esos lugares. Ni
siquiera cuando adolescente o adulto.
–Les presento a Nancy –dijo
la maestra mientras apoyaba su mano en la espalda de la niña, y le daba un
empujoncito suave para que lograra adentrarse en el aula.
La niña parecía
extremadamente tímida. La sonrisa se apagó y dejó de ocultar los nervios que
parecían salirse por doquier. Dio un par de pasos forzados y se detuvo
escudriñando a todos. El niño tenía su mirada clavada en los ojos de ella. Era
una mirada profunda pero dilatada por la admiración que emanaba de su seno. Nancy
sintió esa mirada y giró sus ojos hasta encontrar la ruta de los rayos del
niño. Y algo pasó entre ambos por un milisegundo. Un rubor invadió las mejillas
de ella. Bajó inmediatamente la mirada pero su sonrisa se hizo presente de
nuevo, con enorme gracia.
El niño se enamoró perdidamente
de Nancy. Era un amor infantil, ingenuo, puro y perfecto. La veía todos los
días en la escuela, y buscaba cualquier excusa para hablarle y así escuchar su
cálida voz. La niña solía hablar con lentitud y pronunciaba un leve seseo que
al niño le provocaba mayor ternura aún. Algunos compañeros en ocasiones se
burlaban del seseo, pero ella era tan encantadora que los niños lo hacían para
llamar su atención, en un afloramiento de su masculinidad.
La infancia de Nancy y
el niño no transcurrió en su lugar de origen. Ambos nacieron en la ciudad, pero
por motivos de trabajo sus familias se habían trasladado a ese pueblito pintoresco
del interior, poco habitado y totalmente conectado con la naturaleza. El poblado
estaba atravesado por una ruta principal, que a su vez destacaba las dos
alturas distintas de la campiña. De un lado de la ruta, el pueblo se dibujaba
en subida, y del otro lado en bajada, con dirección al río que aparecía luego
de unos cinco kilómetros de monte. La ruta era la única vía asfaltada que
mostraba signos de urbanización. Todas las demás calles eran de tierra y en
algunos casos, las que seguían en importancia estaban empedradas.
Nancy vivía al borde
de la ruta del lado que iba en bajada. Su familia tenía un kiosco de diarios,
revistas y golosinas. Era el único kiosco del pueblo. En cambio el niño, hijo
único, vivía en la parte que estaba en subida, unas cuadras hacia adentro por
la calle perpendicular que tenía un boulevard en el medio. Todo enmarcado por
muchos árboles y vegetación, tanto así que las fachadas de las pocas
residencias a veces no se divisaban.
El niño adoraba a
Nancy. La idolatraba. Le escribía cartitas de amor que hacía entregar por sus
amigos. Una obsesión parecía germinar en él. Su corazón se agitaba cada vez que
salían de la escuela porque dejaba de ver a la niña hasta el otro día. Entonces
se ofrecía a buscar las revistas y diarios de algunas gentes del barrio de
arriba solamente para poder ver a la niña, aunque sea un ratito por la tarde.
Pero ella atendía el kiosco solo a veces. La decepción del niño era enorme en las
ocasiones en que ella no estaba, y aguardaba desesperado el día siguiente. Pero
las veces que la encontraba, eran de increíble emoción.
Al niño le parecía que
Nancy gustaba de él, porque aquella sonrisa, esas miradas, y aquél rubor del
primer día, se repitió durante los cuatro años que duró ese romance infantil.
Ella también estaba enamorada de él.
La vida y los trabajos
de sus padres los separaron. Ambas familias que no eran amigas entre sí,
volvieron a su ciudad de origen, que si bien era la misma, los ubicó a gran
distancia y en el anonimato.
Algunos años después,
cuando el niño ya era un adolescente, empezó a viajar al pueblito en las
vacaciones. Sin poder contener su ansiedad, la buscó todas las veces, aunque
ella y su familia ya no vivían allí. También la buscó en su ciudad, pero no
pudo hallarla. Quiso pensar que el destino los mantenía alejados, pero pronto
los juntaría. Trató de calmar sus ansias y su corazón con el estudio y la
dedicación. A medida que fue creciendo, conoció otras chicas con quienes pasó
buenos momentos, pero nunca dejó de pensar en Nancy. De alguna manera, pronto
se volverían a ver, y quien sabe, quizás se enamorarían de nuevo.
***
Esa tarde, ya como
adolescente, estaba sentado en el corredor del frente de la casa de Claudio, esperando
el refresco y disfrutando de la sombra. El pueblito era una caldera al
mediodía, pero cuando el sol estaba a unas horas de irse, la tarde se ponía muy
agradable. Como todos los años, el adolescente estaba allí de vacaciones,
visitando a sus viejos amigos y esperando encontrarla, aunque sus ilusiones
siempre terminaban infructuosas. Él, se hospedaba en la casa de Darío, que
vivía a un par de cuadras de donde se encontraba ahora. Esa temporada los
padres de Claudio habían viajado también en sus vacaciones, con lo cual los
amigos estaban solos y a sus anchas.
El amigo se encontraba
adentro, preparando un tereré, ese
brebaje refrescante tan propio de esa región, que consiste en un jugo bien frío
que se toma a través de una bombilla incrustada en un recipiente, que contiene
una hierba autóctona. El jugo se mezcla con la hierba y asume ese sabor tan especial
y exquisito. El brebaje no solamente sirve de refresco. En sí mismo es un
conector social, dado que el uso primario siempre fue compartirlo con alguien.
El adolescente observó
el murito del frente de la casa. Unos siete metros de jardín lo separaban de
ese resguardo, que tenía una altura apropiada para sentarse. Tenía la mirada
perdida, sumido en sus disfrutes y en sus añoranzas. Las casas eran todas muy
parecidas, de una sola planta y paredes de un blanco amarillento, con techos de
tejas. Todas presentaban el mismo cercado. La similitud era propia de esos
barrios de trabajadores, en general construidos por la misma fábrica en la cual
prestaban servicios.
El adolescente miró
las casas cruzando la calle. Todas parecidas a la suya, con el mismo murito que
las enmarcaba. Giró levemente su cabeza. Unos arbustos floreados de cierta
altura ornamentaban el jardín y tapaban ciertas partes de la vista. Entre los
arbustos divisó a una muchacha sentada en el muro de la casa del vecino. Movió
su silla sin hacer ruido para ver mejor. La muchacha estaba de espaldas a él,
en silencio, también sumida en sus añoranzas o simplemente disfrutando de la
tarde.
Una sensación recorrió
el cuerpo del muchacho. Sintió el impulso de acercase a charlar con ella, pero
no se animó. Esperó alrededor de un minuto hasta que la chica giró su cabeza,
otorgando su perfil. El corazón del muchacho explotó de una emoción inmensa. Nancy
estaba a solo diez metros de él.
–¡Nancy! –gritó el
muchacho, mientras se levantó de un salto y se dirigió hacia ella.
Nancy giró su cabeza
en dirección a él, dudó unos segundos, e inmediatamente le expuso su gigante y
enorme sonrisa, que acompañó con ese hermoso rubor.
El muchacho se acercó
y se saludaron con un torpe abrazo y similar beso. Era evidente que ambos se
encontraban confusos y nerviosos. Él se sentó a su lado.
–¿Cómo estás? –soltó
ella con alegría.
–¡Ahora de maravillas!
–exclamó él, con esa forma inconfundible que emana del hecho de volver a verla
por fin, que lo ponía tan feliz.
–¿Qué estás haciendo
acá? –preguntó ella.
–Estoy de vacaciones
ahora, quedándome en lo de Darío a unas cuadras de acá. Descansando del intercambio
estudiantil fuera del país. Ya pasé el primer año y me queda el segundo, allá
lejos. Hoy estaba visitando a Claudio, que vive acá al lado. ¿Te acuerdas de
ellos? Estudiaron con nosotros.
–¡Sí, claro que me
acuerdo! Me peleaban todo el tiempo. Y tú siempre me defendías.
Ella hizo una suave
mueca de aprobación y confort cuando dijo esto último, lo que sonrojó al
muchacho.
–¿Y tú? –preguntó él.
–También de vacaciones,
y en el mismo intercambio fuera del país. Ahora estoy parando con mi tío. Ésta
es su casa –dijo señalando hacia atrás.
El muchacho se indignó
por dentro, por haber desconocido que un tío de Nancy había quedado en el
pueblo. Si él lo hubiese sabido, tal vez la hubiese encontrado antes.
–Esta noche haremos
una reunión en la casa de Darío. ¿Quieres venir? –consultó él.
–¡No me lo perdería
por nada! –lanzó ella.
En ese momento
apareció Claudio con el tereré, y los tres pasaron lo que quedaba de la tarde
recordando viejas anécdotas de niños y riéndose a carcajadas.
Por la noche el
muchacho y Nancy se encontraron en lo de Darío, donde el muchacho residía,
junto a otros seis jóvenes conocidos, de ambos sexos. Se recrearon con juegos
de mesa, bebieron, charlaron, y rieron sin parar.
El muchacho y Nancy se
mantuvieron casi pegados durante toda la noche. Por debajo de la mesa
comenzaron pequeños toqueteos de manos, que se convirtieron en caricias con el
curso de las horas. Y para el final de la noche, ya estaban fundidos en abrazos
y besos sin pudor, que sus amigos festejaban con chanzas y morisquetas.
Esa noche el muchacho
se durmió pensando en ella, en sus labios, en su sonrisa y en su rubor, flotando
entre nubes y estrellas, sintiendo que su corazón estallaba de amor. Todos los
días de esas vacaciones fueron parecidos y llenos de pasión. Y el muchacho
nunca se sintió tan feliz
Pero el descanso llegó
a su fin, y ambos debían volver a sus estudios. Prometieron seguir en contacto
todo el año, y verse en las próximas vacaciones.
Pero no se contactaron
como él esperaba. Quizás porque estaban demasiado ocupados. Quizás porque
estaban demasiado lejos o el contacto era doloroso. Quizás porque el muchacho
le escribió decenas de mensajes y recibió pocas respuestas. Quizás porque algo
sucedió. Pero durante ese año, el muchacho lo último que pensaba antes de
dormir era en ella, y lo primero que pensaba al despertar era también en ella.
Y una angustia se fue instalando en su corazón.
El año transcurrió y
las vacaciones sobrevinieron. Pasaría tres meses con su amada. No solamente
estaba feliz que por fin la volvería a ver, sino que además, su mejor amigo
Horacio también estaría con ellos desde el principio.
Pero la mala suerte
hizo que el muchacho no pudiera ir al pueblito por obligaciones de sus padres,
y debió quedarse unos meses en su ciudad. Contó cada día y cada hora para
volver a verla. Y al final pudo viajar. Dos meses después.
Solo después de varios
días de estar en el pueblito, volvió a verla. Tampoco durante esos días vio a
Horacio, quien ya hacía un par de meses que se encontraba en el lugar. Esa
noche, cuando la encontró en la casa de una amiga de ella, él se acercó a
saludarla. Se aproximó tembloroso y expectante, lleno de amor y de angustia. Ya
desde el primer momento, desde el primer saludo, notó que la conexión no era la
misma. Y su sensación se fue acrecentando poco a poco. Ella le prestaba poca
atención y mucha a su amiga. Incluso llegó a sentir que estaba molestando. Se
quedó un rato y se despidió medio ahogado, torturándose con que ella ya no lo
amaba. Quizás habían sido solo nervios.
El muchacho trató de
encontrarse a solas con ella en los días siguientes. Nunca lo consiguió. Nunca
estaba en la casa de sus tíos, o bien estaba con amigos. Y la atención siempre
fue la misma, cordial pero distante. Algo parecido le pasó con su mejor amigo. A
Horacio lo veía poco, aunque la conexión con él sí era plena. Horacio le
confesó que estaba enamorado, y que por eso andaba poco por los lugares comunes.
Pero le prometió que pronto pasarían más tiempo juntos, y que le presentaría a
su novia. Quizás en la fiesta.
La última noche antes
de la celebración fue surrealista. El muchacho se encontraba en el frente de la
casa de Darío, charlando en el corredor. Nancy estaba cruzando la calle, en la
casa de su amiga. Los dos se miraron todo el tiempo, pero ninguno avanzó hacia
el otro. La luz de la luna iluminaba todo de un color azulado, que hacía todo
más triste. Él hablaba de Nancy, apesadumbrado y abatido, mientras cruzaba la
mirada con ella. Y Nancy parecía hacer lo mismo. En un momento, Darío fue hacia
adentro a preparar un tereré. Pasaron
un par de minutos y la amiga de Nancy también desapareció de su corredor. El
muchacho y su amor quedaron solos frente a frente, por fin, pero a una calle de
distancia, mirándose, sin decir palabra ni hacer un solo movimiento. Ambos
parecían deshechos pero no soltaron la mirada. Esa conexión duró un minuto, o
un siglo. Hasta que Nancy se levantó de la silla, y abrió la puerta para irse
hacia adentro. Antes de cerrarla volvió a mirar al muchacho, y se quedó parada,
agarrada de la puerta entreabierta, con una mirada triste, y eso duró otro
siglo. Luego la puerta se cerró, y Nancy desapareció.
El muchacho fue a la
fiesta sólo por su amigo Horacio. Se sentía destrozado, incrédulo por como un
amor tan grande se había podido convertir en angustia y tristeza. El festejo se
daba en un complejo estudiantil, como esos en los que él vivía, con una pileta
en el medio. Se fue adentrando vacío entre los jóvenes que pasaban a su
alrededor como siluetas. Pidió un refresco y se quedó muy cerca de la piscina,
apoyado en una barra.
Y lo vio desde lejos.
Horacio estaba frente a un apartamento con la novia, abrazados y besándose acaloradamente.
Se notaba mucho amor entre ellos.
El muchacho no quería
interrumpir, pero Horacio le había insistido tanto con presentarle a su novia,
que decidió ir al encuentro.
Subió las escaleras y
empezó a caminar por el pasillo. La chica estaba de espaldas. En un momento
Horacio abrió los ojos y vio al muchacho aproximándose.
–¡Ven! –le dijo.
En ese momento Horacio
agarró suavemente a la chica del brazo y la giró. Y el muchacho reconoció en la
chica aquella sonrisa, aquél rubor y aquella mirada de amor, de cuando niño, de
cuando adolescente. Pero no dirigidas a él. Dirigidas a Horacio. Y una
corriente de dolor atravesó su cuerpo. Un latigazo de desolación casi le tuerce
la espalda. La piel se le erizó y un nudo en la garganta lo ahogó
inmediatamente. Si no hubiese sido por la mala iluminación, y la fuerza que
hizo el muchacho, se hubiese notado que aquellos ojos vidriosos eran el llanto
interior que lo desgarraba.
–Te presento a Nancy
–le dijo Horacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario