El prestigio heredado - Capítulo 3


Definición de “El Diccionario”

Matrimonio: unión entre dos o más seres humanos adultos sin perjuicio del sexo, con el fin de convivir en la misma propiedad.

Propiedad matrimonial: nueva propiedad de escala resultante de la consolidación de las vigentes de cada uno de los intervinientes. Se le otorga al matrimonio, no a las personas, ante lo cual, en caso de disolución, se le restablecerá a cada uno la anterior o una propiedad de escala similar. El fallecimiento no se considerará disolución.   

La máquina de Euforia

El muchacho del tatuaje llegó a la fiesta cuando ésta ya estaba muy avanzada. Se habían congregado en una inmensa casa que daba frente al mar, en la ladera de un cerro, con lo cual el paisaje era impresionante. El marco era aún más impactante por los reflejos de la luna sobre las olas. Era una noche clara y con una temperatura ideal. La casona estaba ampliamente vidriada, y desde lejos ya se vislumbraban luces de colores en el interior, con las sombras clásicas de las personas bebiendo y bailando. Fuera del edificio, en el gran balcón, varias personas reían y charlaban animadamente mientras dos parejas se movían lentamente al compás de una música algo insulsa.
A unos treinta metros, una persona le señaló hacia la derecha para estacionar el vehículo, y el muchacho se adentró en el conjunto hasta encontrar un hueco. Al salir, el olor al mar lo transportó a un mundo de paz y serenidad que contrastaba con el movimiento que existía en el interior de la casona. Y en su interior.
¡Buenas noches! –le dijo el recepcionista con una amplia sonrisa.
El muchacho respondió con un gesto de la mano.
Al entrar, el clima reinante lo envolvió e inmediatamente se percató que en ese lugar, se contaba con una Máquina de euforia.

Las Máquinas de euforia eran unos sofisticados estimuladores del cerebro que combinaban aromas, luces y sonidos indetectables para el ser humano, con sustancias que los invitados podían consumir, que producían un efecto alucinógeno solo si el cerebro se veía estimulado por tales aparatos. Para cualquier persona que abandonaba el espacio en donde el artefacto ejercía su influencia, el efecto alucinógeno desaparecía casi instantáneamente.
La gente solía disfrutar mucho de estas reuniones, porque la experiencia era satisfactoria sin  importar el estado de ánimo con el que se había ingresado. Quienes deseaban una experiencia más profunda, podían consumir una dosis más alta de la sustancia, o también una diferente.
Pero el alucinógeno, no era realmente tal cosa. Era únicamente un facilitador para que las neuronas de la corteza cerebral puedan decodificar las señales que generaba la Máquina de euforia. El objetivo era evitar los excesos. Se podía incrementar el efecto, pero hasta un límite. Superado éste, ya no había diferencia. Por lo tanto, una persona que consumía altísimos niveles del facilitador, no obtendría mayor efecto que aquella que consumía el límite admitido, ya que la experiencia más profunda estaba limitada por el máximo que el dispositivo podía inducir. El facilitador se llamaba "Quimera" y venía en muchísimas formas. Incluso se podía pedir en cada trago que era lo habitual en este tipo de reuniones.

El muchacho no quería perderse la vivencia, ya que entre varios efectos, la máquina desinhibía, con lo que se estimulaban las relaciones sociales. Así que se aproximó a la improvisada barra, y pidió un trago de frutas lleno de "Quimera" porque quería dejarse llevar de entrada por el festejo. Además, una de las cosas que más disfrutaba era experimentar la transición entre la lucidez y ese estado de ensueño que producían las Máquinas de euforia.
Mientras esperaba que se lo sirvieran, miró fijamente una de las pistas, y vio como la muchedumbre se movía estoica y mecánicamente, al ritmo de una música agradable pero monótona. Jamás alguien afirmaría que estaban bailando. El ambiente era claro, y la iluminación tenue pero concreta en tonos cálidos. Las luces se prendían y apagaban de manera repetitiva y en perfecta secuencia.

Tomó el primer sorbo. En unos segundos, los simples movimientos como de marionetas dieron lugar a otros más suaves y complejos. Las luces antes estáticas y constantes, empezaron a desplazarse y a destellar sin secuencia precisa. Una leve bruma comenzó a subir desde el piso.
Otro trago, otros segundos. Los movimientos empezaron a hacerse más amplios y ligeros. Las marionetas convertidas en novatos bailarines empezaron a trazar ciertas coreografías en donde cada cuerpo parecía flotar sobre una nube al ritmo de la música.
Un trago más. Las luces se desvanecieron para dar paso a lo que parecían ser llamas y lava flotante de colores, que se mecían en medio de destellos caóticos y atravesaban a la gente.
Un trago más. La música se hizo rítmica, pegajosa y algo estridente, y terminó envolviéndolo todo. Entonces, el muchacho creyó estar sonriendo sin saber en qué momento comenzó a hacerlo.

La chica notó de inmediato su presencia. El señuelo había resultado. Tenía un aspecto descuidado y afligido cuando entró. Eso fue lo primero que le llamó la atención. No era muy evidente, a menos que alguien tuviese la suficiente sensibilidad como para notarlo. La gente en general no mostraba desasosiego en este tipo de reuniones. Lo segundo fue su tatuaje en el ojo derecho.
Se sintió inmediatamente intrigada y atraída por ese joven amargado y se preguntó si estaban haciendo lo correcto. No había tomado Quimera por lo que estaba completamente lúcida, sin embargo, la luz tenue no le permitía escudriñar al muchacho como deseaba. Entonces fue cambiando de lugar para observarlo mejor.
Él se percató de la atención de la chica a pesar de estar saturado de Quimera y se sentía flotando. Sin embargo se puso en alerta. Sentía permanentemente que lo estaban espiando y que no tardarían en apresarlo, desde que había comenzado a realizar sus pruebas de violencia. Acudió a este lugar con el fin de olvidarse por un rato de su existencia, pero evidentemente no lo dejarían. Probablemente ya habían descubierto las señales y ahora lo tenían bajo vigilancia, y la chica seguramente era una agente. Algo parecido al miedo, aunque no lo era, hizo que él también comenzara a observarla con mayor detenimiento.
La chica se conmovió cuando advirtió que él también la estaba mirando. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Tal vez era él a quien buscaba. Hace mucho esfuerzo para que yo no note que me está mirando, pero no lo consigue. Ha tomado mucha Quimera. Debo aprovechar para confirmar mis sospechas, reflexionó. Con cautela comenzó a acercársele, pero éste se mezcló entre la gente y cuando ella pudo cruzar al grupo, él ya no estaba.
El muchacho notó que la chica venía hacia él y decidió no correr riesgos. Tenía todos los sentidos a merced de la Quimera y esto le haría cometer algún error. Decidió salir a un balcón que daba frente al mar, a sabiendas que en cuanto abandonase el interior, el efecto alucinógeno se iría inmediatamente. Así sucedió, y en un par de minutos estaba contemplando los reflejos de la luna sobre el agua, con una suave brisa en la cara, y con todos los sentidos en su poder. En el proceso, había perdido a la joven y se tranquilizó nuevamente.
–¡Hola! –le dijo ella mientras se acomodaba a su lado– ¿Te puedo acompañar?
El muchacho se sorprendió pero disimuló su impresión.
–¡Claro! Estaba disfrutando un rato de la noche.
–Qué raro que saliste. Parecía que estabas compenetrado con la Quimera. Me disculpo. En cuanto te vi entrar, algo en ti me hizo desear conocerte.
Ella quiere conocerme. Ella lo que desea en realidad es descubrirme≫, pensó él.
–Debe ser mi aspecto. Están todos tan arreglados y yo tan desgarbado, que te habré causado lástima –le dijo.
–Lástima no. Curiosidad, sí –le aclaro ella.
Es obvio que es una agente. Debo alejarme cuanto antes, pensó él sin cambiar el gesto.
La chica notó que el muchacho tenía un semblante que denotaba desconfianza. Pero estaba dispuesta a avanzar en su comprobación. Después de todo, la forma de estar segura era mediante un mecanismo afable y sutil. El Doctor le había suministrado unas pastillas para refrescar la boca, que actuaban solamente en aquellos que tuvieran el gen.
–¿Quieres una pastilla? –dijo ella mientras se ponía una en la boca y le acercaba el tubo al muchacho. Éste aceptó y repitió la misma acción. Y por un instante se sintió tranquilo.
Pero fue solo un instante. En segundos empezó a sentir algo raro en la boca. Como si la pastilla hubiera crecido de manera descomunal dentro de ella. Lo que siguió fue notar que no era la pastilla creciendo, sino como si la lengua se le hubiese dormido. Pero el dulce sabor del caramelo lo alejó de ese pensamiento, y el efecto desapareció. Algo no está bien, pero debo tranquilizarme, se dijo.
–¡Esgh muyh ricah! –dijo el muchacho balbuceando. Efectivamente algo le sucedía con la lengua porque sus palabras salían con un silbido extraño.
A juzgar de ella, y como esperaba, el muchacho no estaba sospechando nada. La lengua se le había pintado de color verde fluorescente, y así obtuvo su confirmación. Le esbozó una gran sonrisa, lo miró sugestivamente, asintió, y comenzó a hablarle de cosas triviales.

Lo último que recuerda es que ella dijo algo sobre un paseo. Pero él ya no escuchaba. La miró y notó que la lengua de la chica se había puesto verde fluorescente. Eso lo puso muy nervioso. Su corazón comenzó a latirle a mil por horas, y lo invadió una aprensión profunda. Fue en ese momento que notó a un anciano que los miraba, y en un desliz, vio como ella intercambió por un segundo la mirada con ese anciano, quien, como si le hubiesen activado un mecanismo, dio un respingo y avanzó un paso en dirección hacia ellos. Eso fue demasiado para el muchacho que ya no pudo tolerar la situación.
–Discúlpameh, perro deboo irh a loss servicioss –dijo él torpemente, y al dar un paso, notó que el anciano modificaba levemente su trayectoria para seguirlo. Entonces, dio media vuelta y se dirigió hacia el interior del salón para intentar perderlo entre la multitud, sin contar que en cuanto entró, en un segundo la Quimera le propinó la desastrosa sensación de apoderarse de él nuevamente. Ya no tenía tiempo para arrepentirse. Debía perder al anciano. Se dirigió a los servicios. Una vez allí se miró al espejo. ¡Lucía horrible! Se sacó la camisa que arrojó al basurero, y dio vuelta su campera reversible, con otro color por dentro. Mojó su cabello, y se colocó los lentes de un individuo que había entrado corriendo hacía instantes a un privado, y que los había arrojado sobre los lavabos. El muchacho pensó que entre la muchedumbre y la luz tenue, el cambio le permitiría evadir al anciano que lo seguía. Salió del baño e inició un interminable viaje entre la gente tratando de divisar a la chica y al anciano para esquivarlos. No los pudo ver, y nadie lo detuvo. Llegó a la puerta de salida, y caminó hasta el estacionamiento, donde casi se zambulle entre dos autos. Y se sentó un minuto a recuperar el aliento.
Afuera, libre y solo, una vez lúcido, se sintió complacido por su velocidad de reacción a pesar de la enorme sensación de mareo que le sobrevino por la Máquina de euforia. Se desplazó rápidamente hasta su auto, y levantando polvo se alejó raudamente del lugar.

Ya en el camino, cuando su corazón dejó de sacudirle el pecho, mientras la carretera se movía sinuosamente a través de las luces de su vehículo, decidió repasar la situación. Conducía sin rumbo mientras sus pensamientos viajaron al encuentro con la chica. ¿Si ella le dio algo de tomar que le hiciera algún daño, por qué tomó ella una igual? ¿Acaso tendría calculado que la primera sería inocua y las demás no?
Pero… ¿Y si él no hubiese aceptado? Ella ya se había introducido una cuando le entregó el tubo. Sin querer, se encontró conjeturando que la chica no le había querido hacer nada, y que el anciano había sido producto de su paranoia. Frenó el auto y aparcó a un costado. Se concentró en lo último que le dijo la chica: ≪¿Quieress queh vayamoss a darh un paseoh? En ese momento se percató del extraño silbido y que a la chica le sucedió lo mismo que a él al consumir la pastilla. Y comprendió que ella lo buscó y se sometió a la misma experiencia. Percibió que tal vez pergeñó ese gesto como una fórmula para ponerse en evidencia ante él y lograr su confianza. Ella no solo quería comunicarse. Quería conectarse con él.
¿Y si no fuera así? ¿Si realmente lo estaban persiguiendo y esa era la forma de alejarlo del salón porque lo consideran peligroso? Sintió una gran curiosidad. ¿Y si ella era como él? ¿Y si ella era lo que él mismo estaba buscando? ¿Y si ella también lo estaba buscando a él desesperadamente? En ese instante le sobrevino un impulso que no pudo echar atrás. Se arriesgaría. Debía volver y encontrarse con la chica.
Puso en marcha el auto, giró, y retomó en dirección hacia ese destino. O hacia su nuevo destino.

La chica lo vio regresar y le invadió un inmenso placer. Esperó a que él estacionara, bajara del auto, y sin más demora corrió a su encuentro. Le acercó delicadamente los labios a la oreja tanto que él sintió la suavidad de su perfume.
Y con un susurro ella le dijo: –Sé que tú lo tienes. Yo también lo tengo.


 
Definición de “El Diccionario”

Duración del matrimonio: La unión debe ser renovada cada cierto tiempo debiendo cada uno de los intervinientes presentar suficientes motivos para seguir perteneciendo a la unión. Algunos de ellos deberán ser comprobados y aprobados por la Organización Zonal, y será ésta quien decida mantener el vínculo. En caso de resolver una disolución, ésta podrá ser apelada ante un organismo superior. En cualquier circunstancia, la duración de la unión matrimonial no dependerá solamente de las personas intervinientes, sino de la evaluación que también haga la sociedad.

Nancy

Sin darse cuenta, en ese momento el niño de primaria miraba hacia la puerta del aula, abstraído en sus pensamientos. Estaba sentado en un pupitre que daba a la pared que tenía las ventanas, y éstas se ubicaban por arriba de los ojos cuando los niños estaban sentados, posiblemente para que no se distrajeran mirando al exterior. El aula estaba muy bien iluminada y era espaciosa, con paredes blancas por la mitad superior, y grises por la inferior.
En ese momento, un completo desorden dominaba el lugar, porque la maestra no estaba y los niños corrían y gritaban como si estuvieran en el recreo. El niño sabía que en cualquier instante aparecería alguien a poner orden porque los demás cursos ya estaban en clase.
El niño era inteligente y crítico. Se destacaba del resto por una ávida actitud de hacer lo correcto o lo que parecía justo. Desde sus valores por cierto, aquellos de los que había leído o le habían inculcado sus padres. Pero también de los que surgían de sus propias evaluaciones. Ya desde muy corta edad el niño experimentaba momentos de análisis y observación de la sociedad, con una mirada crítica y contestataria en ciertas ocasiones.

Navegaba por sus pensamientos cuando la niña apareció en la puerta acompañada de la maestra. El aula hizo un silencio instantáneo. Cada uno de los chicos comenzó a sentarse en su lugar sin quitar la mirada de la recién llegada. La niña era hermosa. Tenía el pelo corto y negro, la tez blanca y una sonrisa cautivadora pero tímida.
El niño sintió su corazón inflarse y una corriente recorrió todo su cuerpo. Desde ese día, la niña se instaló en su alma y en su mente, y jamás abandonó esos lugares. Ni siquiera cuando adolescente o adulto.

–Les presento a Nancy –dijo la maestra mientras apoyaba su mano en la espalda de la niña, y le daba un empujoncito suave para que lograra adentrarse en el aula.
La niña parecía extremadamente tímida. La sonrisa se apagó y dejó de ocultar los nervios que parecían salirse por doquier. Dio un par de pasos forzados y se detuvo escudriñando a todos. El niño tenía su mirada clavada en los ojos de ella. Era una mirada profunda pero dilatada por la admiración que emanaba de su seno. Nancy sintió esa mirada y giró sus ojos hasta encontrar la ruta de los rayos del niño. Y algo pasó entre ambos por un milisegundo. Un rubor invadió las mejillas de ella. Bajó inmediatamente la mirada pero su sonrisa se hizo presente de nuevo, con enorme gracia.
El niño se enamoró perdidamente de Nancy. Era un amor infantil, ingenuo, puro y perfecto. La veía todos los días en la escuela, y buscaba cualquier excusa para hablarle y así escuchar su cálida voz. La niña solía hablar con lentitud y pronunciaba un leve seseo que al niño le provocaba mayor ternura aún. Algunos compañeros en ocasiones se burlaban del seseo, pero ella era tan encantadora que los niños lo hacían para llamar su atención, en un afloramiento de su masculinidad.
La infancia de Nancy y el niño no transcurrió en su lugar de origen. Ambos nacieron en la ciudad, pero por motivos de trabajo sus familias se habían trasladado a ese pueblito pintoresco del interior, poco habitado y totalmente conectado con la naturaleza. El poblado estaba atravesado por una ruta principal, que a su vez destacaba las dos alturas distintas de la campiña. De un lado de la ruta, el pueblo se dibujaba en subida, y del otro lado en bajada, con dirección al río que aparecía luego de unos cinco kilómetros de monte. La ruta era la única vía asfaltada que mostraba signos de urbanización. Todas las demás calles eran de tierra y en algunos casos, las que seguían en importancia estaban empedradas.
Nancy vivía al borde de la ruta del lado que iba en bajada. Su familia tenía un kiosco de diarios, revistas y golosinas. Era el único kiosco del pueblo. En cambio el niño, hijo único, vivía en la parte que estaba en subida, unas cuadras hacia adentro por la calle perpendicular que tenía un boulevard en el medio. Todo enmarcado por muchos árboles y vegetación, tanto así que las fachadas de las pocas residencias a veces no se divisaban.
El niño adoraba a Nancy. La idolatraba. Le escribía cartitas de amor que hacía entregar por sus amigos. Una obsesión parecía germinar en él. Su corazón se agitaba cada vez que salían de la escuela porque dejaba de ver a la niña hasta el otro día. Entonces se ofrecía a buscar las revistas y diarios de algunas gentes del barrio de arriba solamente para poder ver a la niña, aunque sea un ratito por la tarde. Pero ella atendía el kiosco solo a veces. La decepción del niño era enorme en las ocasiones en que ella no estaba, y aguardaba desesperado el día siguiente. Pero las veces que la encontraba, eran de increíble emoción.
Al niño le parecía que Nancy gustaba de él, porque aquella sonrisa, esas miradas, y aquél rubor del primer día, se repitió durante los cuatro años que duró ese romance infantil. Ella también estaba enamorada de él.

La vida y los trabajos de sus padres los separaron. Ambas familias que no eran amigas entre sí, volvieron a su ciudad de origen, que si bien era la misma, los ubicó a gran distancia y en el anonimato.
Algunos años después, cuando el niño ya era un adolescente, empezó a viajar al pueblito en las vacaciones. Sin poder contener su ansiedad, la buscó todas las veces, aunque ella y su familia ya no vivían allí. También la buscó en su ciudad, pero no pudo hallarla. Quiso pensar que el destino los mantenía alejados, pero pronto los juntaría. Trató de calmar sus ansias y su corazón con el estudio y la dedicación. A medida que fue creciendo, conoció otras chicas con quienes pasó buenos momentos, pero nunca dejó de pensar en Nancy. De alguna manera, pronto se volverían a ver, y quien sabe, quizás se enamorarían de nuevo.

***

Esa tarde, ya como adolescente, estaba sentado en el corredor del frente de la casa de Claudio, esperando el refresco y disfrutando de la sombra. El pueblito era una caldera al mediodía, pero cuando el sol estaba a unas horas de irse, la tarde se ponía muy agradable. Como todos los años, el adolescente estaba allí de vacaciones, visitando a sus viejos amigos y esperando encontrarla, aunque sus ilusiones siempre terminaban infructuosas. Él, se hospedaba en la casa de Darío, que vivía a un par de cuadras de donde se encontraba ahora. Esa temporada los padres de Claudio habían viajado también en sus vacaciones, con lo cual los amigos estaban solos y a sus anchas.
El amigo se encontraba adentro, preparando un tereré, ese brebaje refrescante tan propio de esa región, que consiste en un jugo bien frío que se toma a través de una bombilla incrustada en un recipiente, que contiene una hierba autóctona. El jugo se mezcla con la hierba y asume ese sabor tan especial y exquisito. El brebaje no solamente sirve de refresco. En sí mismo es un conector social, dado que el uso primario siempre fue compartirlo con alguien.

El adolescente observó el murito del frente de la casa. Unos siete metros de jardín lo separaban de ese resguardo, que tenía una altura apropiada para sentarse. Tenía la mirada perdida, sumido en sus disfrutes y en sus añoranzas. Las casas eran todas muy parecidas, de una sola planta y paredes de un blanco amarillento, con techos de tejas. Todas presentaban el mismo cercado. La similitud era propia de esos barrios de trabajadores, en general construidos por la misma fábrica en la cual prestaban servicios.
El adolescente miró las casas cruzando la calle. Todas parecidas a la suya, con el mismo murito que las enmarcaba. Giró levemente su cabeza. Unos arbustos floreados de cierta altura ornamentaban el jardín y tapaban ciertas partes de la vista. Entre los arbustos divisó a una muchacha sentada en el muro de la casa del vecino. Movió su silla sin hacer ruido para ver mejor. La muchacha estaba de espaldas a él, en silencio, también sumida en sus añoranzas o simplemente disfrutando de la tarde.
Una sensación recorrió el cuerpo del muchacho. Sintió el impulso de acercase a charlar con ella, pero no se animó. Esperó alrededor de un minuto hasta que la chica giró su cabeza, otorgando su perfil. El corazón del muchacho explotó de una emoción inmensa. Nancy estaba a solo diez metros de él.

–¡Nancy! –gritó el muchacho, mientras se levantó de un salto y se dirigió hacia ella.
Nancy giró su cabeza en dirección a él, dudó unos segundos, e inmediatamente le expuso su gigante y enorme sonrisa, que acompañó con ese hermoso rubor.
El muchacho se acercó y se saludaron con un torpe abrazo y similar beso. Era evidente que ambos se encontraban confusos y nerviosos. Él se sentó a su lado.
–¿Cómo estás? –soltó ella con alegría.
–¡Ahora de maravillas! –exclamó él, con esa forma inconfundible que emana del hecho de volver a verla por fin, que lo ponía tan feliz.
–¿Qué estás haciendo acá? –preguntó ella.
–Estoy de vacaciones ahora, quedándome en lo de Darío a unas cuadras de acá. Descansando del intercambio estudiantil fuera del país. Ya pasé el primer año y me queda el segundo, allá lejos. Hoy estaba visitando a Claudio, que vive acá al lado. ¿Te acuerdas de ellos? Estudiaron con nosotros.
–¡Sí, claro que me acuerdo! Me peleaban todo el tiempo. Y tú siempre me defendías.
Ella hizo una suave mueca de aprobación y confort cuando dijo esto último, lo que sonrojó al muchacho.
–¿Y tú? –preguntó él.
–También de vacaciones, y en el mismo intercambio fuera del país. Ahora estoy parando con mi tío. Ésta es su casa –dijo señalando hacia atrás.
El muchacho se indignó por dentro, por haber desconocido que un tío de Nancy había quedado en el pueblo. Si él lo hubiese sabido, tal vez la hubiese encontrado antes.
–Esta noche haremos una reunión en la casa de Darío. ¿Quieres venir? –consultó él.
–¡No me lo perdería por nada! –lanzó ella.

En ese momento apareció Claudio con el tereré,  y los tres pasaron lo que quedaba de la tarde recordando viejas anécdotas de niños y riéndose a carcajadas.
Por la noche el muchacho y Nancy se encontraron en lo de Darío, donde el muchacho residía, junto a otros seis jóvenes conocidos, de ambos sexos. Se recrearon con juegos de mesa, bebieron, charlaron, y rieron sin parar.
El muchacho y Nancy se mantuvieron casi pegados durante toda la noche. Por debajo de la mesa comenzaron pequeños toqueteos de manos, que se convirtieron en caricias con el curso de las horas. Y para el final de la noche, ya estaban fundidos en abrazos y besos sin pudor, que sus amigos festejaban con chanzas y morisquetas.

Esa noche el muchacho se durmió pensando en ella, en sus labios, en su sonrisa y en su rubor, flotando entre nubes y estrellas, sintiendo que su corazón estallaba de amor. Todos los días de esas vacaciones fueron parecidos y llenos de pasión. Y el muchacho nunca se sintió tan feliz
Pero el descanso llegó a su fin, y ambos debían volver a sus estudios. Prometieron seguir en contacto todo el año, y verse en las próximas vacaciones.

Pero no se contactaron como él esperaba. Quizás porque estaban demasiado ocupados. Quizás porque estaban demasiado lejos o el contacto era doloroso. Quizás porque el muchacho le escribió decenas de mensajes y recibió pocas respuestas. Quizás porque algo sucedió. Pero durante ese año, el muchacho lo último que pensaba antes de dormir era en ella, y lo primero que pensaba al despertar era también en ella. Y una angustia se fue instalando en su corazón.
El año transcurrió y las vacaciones sobrevinieron. Pasaría tres meses con su amada. No solamente estaba feliz que por fin la volvería a ver, sino que además, su mejor amigo Horacio también estaría con ellos desde el principio.
Pero la mala suerte hizo que el muchacho no pudiera ir al pueblito por obligaciones de sus padres, y debió quedarse unos meses en su ciudad. Contó cada día y cada hora para volver a verla. Y al final pudo viajar. Dos meses después.

Solo después de varios días de estar en el pueblito, volvió a verla. Tampoco durante esos días vio a Horacio, quien ya hacía un par de meses que se encontraba en el lugar. Esa noche, cuando la encontró en la casa de una amiga de ella, él se acercó a saludarla. Se aproximó tembloroso y expectante, lleno de amor y de angustia. Ya desde el primer momento, desde el primer saludo, notó que la conexión no era la misma. Y su sensación se fue acrecentando poco a poco. Ella le prestaba poca atención y mucha a su amiga. Incluso llegó a sentir que estaba molestando. Se quedó un rato y se despidió medio ahogado, torturándose con que ella ya no lo amaba. Quizás habían sido solo nervios.
El muchacho trató de encontrarse a solas con ella en los días siguientes. Nunca lo consiguió. Nunca estaba en la casa de sus tíos, o bien estaba con amigos. Y la atención siempre fue la misma, cordial pero distante. Algo parecido le pasó con su mejor amigo. A Horacio lo veía poco, aunque la conexión con él sí era plena. Horacio le confesó que estaba enamorado, y que por eso andaba poco por los lugares comunes. Pero le prometió que pronto pasarían más tiempo juntos, y que le presentaría a su novia. Quizás en la fiesta.

La última noche antes de la celebración fue surrealista. El muchacho se encontraba en el frente de la casa de Darío, charlando en el corredor. Nancy estaba cruzando la calle, en la casa de su amiga. Los dos se miraron todo el tiempo, pero ninguno avanzó hacia el otro. La luz de la luna iluminaba todo de un color azulado, que hacía todo más triste. Él hablaba de Nancy, apesadumbrado y abatido, mientras cruzaba la mirada con ella. Y Nancy parecía hacer lo mismo. En un momento, Darío fue hacia adentro a preparar un tereré. Pasaron un par de minutos y la amiga de Nancy también desapareció de su corredor. El muchacho y su amor quedaron solos frente a frente, por fin, pero a una calle de distancia, mirándose, sin decir palabra ni hacer un solo movimiento. Ambos parecían deshechos pero no soltaron la mirada. Esa conexión duró un minuto, o un siglo. Hasta que Nancy se levantó de la silla, y abrió la puerta para irse hacia adentro. Antes de cerrarla volvió a mirar al muchacho, y se quedó parada, agarrada de la puerta entreabierta, con una mirada triste, y eso duró otro siglo. Luego la puerta se cerró, y Nancy desapareció.

El muchacho fue a la fiesta sólo por su amigo Horacio. Se sentía destrozado, incrédulo por como un amor tan grande se había podido convertir en angustia y tristeza. El festejo se daba en un complejo estudiantil, como esos en los que él vivía, con una pileta en el medio. Se fue adentrando vacío entre los jóvenes que pasaban a su alrededor como siluetas. Pidió un refresco y se quedó muy cerca de la piscina, apoyado en una barra.
Y lo vio desde lejos. Horacio estaba frente a un apartamento con la novia, abrazados y besándose acaloradamente. Se notaba mucho amor entre ellos.
El muchacho no quería interrumpir, pero Horacio le había insistido tanto con presentarle a su novia, que decidió ir al encuentro.
Subió las escaleras y empezó a caminar por el pasillo. La chica estaba de espaldas. En un momento Horacio abrió los ojos y vio al muchacho aproximándose.
–¡Ven! –le dijo.
En ese momento Horacio agarró suavemente a la chica del brazo y la giró. Y el muchacho reconoció en la chica aquella sonrisa, aquél rubor y aquella mirada de amor, de cuando niño, de cuando adolescente. Pero no dirigidas a él. Dirigidas a Horacio. Y una corriente de dolor atravesó su cuerpo. Un latigazo de desolación casi le tuerce la espalda. La piel se le erizó y un nudo en la garganta lo ahogó inmediatamente. Si no hubiese sido por la mala iluminación, y la fuerza que hizo el muchacho, se hubiese notado que aquellos ojos vidriosos eran el llanto interior que lo desgarraba.
–Te presento a Nancy –le dijo Horacio.




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