El prestigio heredado - Capítulo 4

Definición de “El Diccionario”

Multa: recordatorio que se aplica a una persona cuando incumple una norma de convivencia, que se dicta como un curso que puede durar horas o días según el caso.

Contingencia

Horacio se levantó apesadumbrado y molesto a la vez. Una noche más sin sexo. Las cosas no estaban bien con Nancy. Ella ya no le demostraba el cariño que alguna vez le hubiere conferido. Desde hacía algunos años, Nancy fue cambiando su conexión con él, y ya hacían varios meses que la sentía distante. Pero las cosas empeoraron drásticamente luego del hallazgo del cadáver.
Ella ya ni siquiera le hablaba.
Horacio advertía que estaba siendo injusto con lo que pensaba, porque un encuentro como ese debía ser traumático para cualquiera. Pero no podía evitar juzgar que tal descubrimiento fue la excusa que ella necesitó para alejarse sin admitir la verdad. Ella ya no me ama. O quizás nunca me amó realmente., pensó con deseo de estar equivocado.
Siempre consideró que una de las variables del amor sostenible era la admiración mutua de ciertas características. Ninguna en particular porque cada ser humano es distinto, pero debían existir una o varias cualidades apreciables. Reparaba que las pocas veces que amó, de adolescente, admiró algunas características en esas mujeres, en general distintas en cada una. Y también notaba que las veces que se sintió amado, esas mujeres estuvieron seducidas por algunas de las suyas.
No se había dado cuenta hasta este instante. Nancy no admira nada en mí. O nunca me hizo saber de algo que le fascinara de mí, reflexionó. A él en cambio, lo cautivaban esencialmente dos cosas: su valentía y su belleza. Aunque ella no necesariamente encuadraba físicamente en los estereotipos de beldad, para él, ella era hermosa. Infinitas veces la contempló anonadado, como hipnotizado, tanto que a veces ella se sintió sobrecogida. Y en especial, cuando hacían el amor, él no podía dejar de admirar su bello rostro.
Pero Nancy empezó a mostrar malestares. Reproches hacia su inteligencia y hacia otras características que él valoraba de sí mismo. Incluso hacia sus regalos. Reproches posiblemente insignificantes, enmascarados en el silencio pero notables en la expresión. Y notó que se iban acumulando. Nancy no estaba siendo honesta.
En ese momento él tampoco se mostraba complaciente, y se sentía algo contagiado por la frialdad que estaba recibiendo. Reconocía que ese camino no era positivo, pero carecía de motivación para comportarse diferente. En todo caso, tal vez, lo que estaban viviendo era culpa de ambos. O culpa de ninguno, pensó.

La despertó como todas las mañanas que dormían juntos, solo que esta vez le recordó que ella debía estar en la Agencia por la tarde. Nancy le hizo un gesto asintiendo, se dio media vuelta y siguió durmiendo.
Horacio fue a la cocina a prepararse un precario desayuno, y se quedó de pie, sumergido en sus pensamientos, dando sorbos a la taza mientras contemplaba la vecindad por la ventana.
Debía enfocarse en el crimen. Había citado al equipo para las diez, y debía tener algún plan para iniciar las pesquisas. Nada venía a su mente. El vacío emocional afectaba masivamente su rendimiento profesional.
Bebió otro trago e hizo un esfuerzo para conectarse con el caso. Un asesinato había sucedido hace algunas horas y todo el mundo reclamaba una explicación. Y un responsable.
Sintió el cosquilleo de las toxinas. Su mente entrenada para soslayarlas acompañó con un esfuerzo acorde. A Horacio le gustaba resolver problemas, y en especial aquellos nuevos, que no tenían una fórmula establecida. Eso le semejaba a un antídoto apropiado para combatir los tóxicos.
Media hora transcurrió trazando estrategias en silencio, excepto por el trinar de los pájaros en la mañana. Y en silencio también, se dirigió a la Agencia.

El equipo ya se encontraba en la sala, esperándolo. La habitación era muy iluminada con una amplia mesa rodeada de sillas, usurpando la mayoría del espacio. Solo un par de muebles bajos adornaban una de las paredes, y uno de ellos servía de soporte para la cafetera. Efectivamente los muebles eran un mero adorno para cortar en algo la frialdad del salón, porque la sala de reuniones tenía un fin funcional muy específico. Tanto las paredes como la mesa, se transformaban en enormes pantallas de ordenador que permitían exponer toda la información que fuera necesaria. 

–Buenos días –saludó Horacio con una mano.
Todos respondieron a la reverencia.
–¿Estamos listos?
Todos asintieron.
–Bien. No es mucho lo que tenemos, pero adelante. Les cuento la estrategia que estuve meditando. Una de las tareas será encontrar la motivación que tiene este individuo para llevar a cabo tales atrocidades. Otra tarea será entender cómo es posible que alguien pueda cometerlas. Y una más será hallar los rastros que haya dejado que permitan identificarlo.
–Mientras te esperábamos –dijo Omar– también estuvimos analizando la situación. Tenemos mucha información sobre el hecho concreto, pero no tenemos nada respecto de por dónde continuar ni por qué sucedió.
–Tenemos también a la persona que encontró la escena. Tu novia. ¿Cómo está Nancy? –preguntó Pablo.
–No se encuentra bien –respondió Horacio–. Pero está dispuesta a ayudarnos a pesar de que su descubrimiento sucedió hace muy pocas horas y ella aún continúa perturbada. Como acordamos, vendrá a prestar declaración hoy por la tarde.
Horacio no hizo mención alguna a los problemas que estaban atravesando entre ellos.
–¿Qué más tenemos?
–Bueno –arrancó Martín–. Está de más enumerarlos pero debemos hacerlo para que todos lo tengamos claro. Hay un cadáver, que no presenta huellas concretas de su asesino, hay una localización en dónde se llevó a cabo el crimen, hay una escena en donde solo se destacan las luces que iluminaban el cuerpo, hay una hora precisa, y hay un mensaje. Nada más que resalte en primera instancia. ¿Me olvidé de algo?
–Por ahora está bien –acotó Horacio–. Respecto del mensaje, el asesino escribió “El comienzo”. Eso podría indicar que otros hechos similares sucederán. Debemos poner toda nuestra inteligencia y creatividad para resolver esto antes que vuelva a actuar.
–Sí –replicó Omar–. Pero nunca nos hemos enfrentado a algo así.
–Por eso mencioné la creatividad. Estamos acostumbrados a encontrarnos con casos de cuerpos mutilados por un accidente, pero nunca nos hemos enfrentado a un hecho premeditado de estas características. Aún así, hay procedimientos que aplican en ambos casos, y podemos empezar por ahí.
–¡Empecemos! –indicó Martín medio ansioso–. Lo primero que vamos a hacer entonces es construir la simulación.
Construir la simulación significaba alimentar un ordenador especializado con una narración hablada de los movimientos de los actores y objetos del hecho, que luego el aparato reproduciría en forma tridimensional, en general mostrando las imágenes como si fueran siluetas dibujadas por un láser azul. Las simulaciones permitían encontrar frecuentemente el origen del incidente, y en ciertas ocasiones exponían directamente al responsable. Habitualmente era negligencia, muchas veces desconocimiento, pero jamás intencionalidad.
–En este caso –prosiguió Martín mientras pulsaba el control de inicio de la grabación– por los indicios que tenemos… Un individuo sorprende a la víctima, creemos que durmiendo por la hora del crimen, y la traslada hasta el salón sin producirle daños. No encontramos rastros de pelea, con lo cual creemos que la movió inconsciente. Tampoco encontramos alguna droga que haya usado para mantenerla dormida.
A medida que Martín hacía la descripción, sentía como las toxinas comenzaban a invadirlo. Pero logró mantener la calma y resistir el embate, también gracias a su entrenamiento.
–Todavía no sabemos –continuó tranquilamente–, si le destrozó el cráneo antes o después de colgarla, pero es una de las tantas cosas que tenemos que averiguar con este proceso.
En ese momento, su expresión se modificó y carraspeando y medio ahogado preguntó: –¿No es cierto?
Un dolor le había nacido desde la parte baja de la espalda y le llegó hasta el cuello. Trató de disimularlo, pero todos los presentes se dieron cuenta de la situación.
Todo en la cabeza de Martín y en su organismo estaba transformándose. Para poder elaborar la narración y alimentar el ordenador, mientras hablaba, intentó visualizar la escena en su mente. Trató de dibujar la silueta de alguien aplastando el cráneo de la mujer con un objeto contundente y ejecutó el golpe observando la sangre estallar como pequeñas luces azules, como si ya las estuviera viendo en el simulador. Pero hasta ahí llegó su intento. Una convulsión lo hizo temblar y un dolor intenso en el estómago lo dobló. Casi golpea la cabeza contra la mesa mientras a duras penas pudo contener el vómito.
Hacían ya varios minutos que Horacio, alerta, contemplaba con amplitud lo que acontecía en la reunión. Mientras el narrador se transfiguraba, observó muecas parecidas en los colegas, evidencias de un dolor interno que también estaban sufriendo. Indudablemente, cada uno a su manera quiso concebir la escena en su imaginación, pero fue demasiado para todos. Comprendió que el proceso de investigación no solo sería difícil, sino también peligroso.
En ese momento le pareció ver que Martín iba a vomitar.
–¡Basta! –soltó haciendo señas con ambos brazos. –¡No sigan tratando de imaginar! No vamos a intentar la simulación. Al menos por ahora. ¡Por favor, eliminen esas imágenes de su cabeza, e inicien los ejercicios de desintoxicación!
Con absoluta obediencia, y casi con agradecimiento, cada uno de los presentes se colocó unos auriculares y volcó su mirada y manos sobre la mesa. Comenzaron a mover los dedos sobre los controles virtuales que en ella se dibujaban, para invocar la función especial de desintoxicar. Ante cada uno, se presentó una reproducción que los envió hacia aquél lugar cálido que apreciaban individualmente. Las imágenes y los sonidos tenían la fuerza necesaria para distraer a esas mentes perturbadas.
Pasaron unos minutos, y la quietud sobrevino.
–Debemos asumir la paradoja –dijo Horacio con serenidad y firmeza– que no estamos preparados para enfrentarnos a esta situación, pero si no lo hacemos nosotros, nadie más podrá hacerlo, porque definitivamente, no hay nadie más preparado que nosotros para esto. Por eso debemos ser creativos. Hagamos un receso y nos volveremos a juntar en horas de la tarde. ¡Sé que no podemos, pero estamos obligados a poder!
Dicho esto, se levantó y se encaminó hacia el pasillo, mientras un pensamiento lo embargó: Esto será extremadamente difícil. Quizás imposible.

Durante las siguientes horas, cada miembro del equipo pasó el tiempo como necesitó para volver a sus cabales. Algunos charlando entre sí, otros leyendo y otros en silencio mirando el horizonte. Poco a poco, fueron retomando su ritmo de análisis del caso. Cada uno con lo que podía, individualmente.
Horacio no fue la excepción. Abstraído en sus pensamientos, fue hasta la máquina de golosinas, y mientras obtenía uno de los alfajores que tanto le gustaban, una agente se acercó hasta él.
–Acaba de llegar una señorita que preguntó por ti.
–Hazla pasar a mi oficina.
–Omar, Martín, por favor, vengan conmigo.





Definición de “El Diccionario”
Entretenimiento: Estructura y organización pública que se diseña y construye para producir altos niveles de emoción y placer. Se garantiza el acceso a todas las personas, pero la prioridad estará dada por los Méritos alcanzados.

Vacaciones: Períodos en donde el individuo suspende su trabajo para realizar viajes a sitios de placer alejados de su lugar de residencia. Se establecen tres períodos en el año de igual duración para todas las personas, independientemente de sus Méritos.

Ríos de remembranza

El muchacho estacionó el vehículo frente a la parada del ómnibus interurbano. El sol acuciaba esa mañana, por lo que activó la polarización frontal sin despertar sospecha alguna. El vidrio se tornó oscuro y opaco desde el exterior, aplacando los rayos del sol y abrigándolo de ser descubierto.
El anciano le había ordenado que su siguiente atentado fuese aún más perturbador. Y él también lo quería así. Tenían que ser muchas víctimas. El anciano lo instruyó para que se enfocara en cualquiera de los Entretenimientos.
Él hubiera querido dar otro paso. Tenía su gesta personal con la traidora. No pensaba matarla. Pensaba en algo peor. Pensaba en un ultraje con el que ella viviría humillada y sufriente por el resto de su vida. Como él.
Pero eso por ahora, tenía que esperar.

La sociedad estaba basada en el placer, y todo en ella estaba organizado para tal fin. Como cada individuo tenía mucho tiempo de ocio, la industria del entretenimiento era gigantesca. La cantidad de ofertas de diversión y esparcimiento era prácticamente ilimitada, y todos tenían acceso a esos objetos de placer. Debido a esto, la industria empleaba una inmensa cantidad de personas, y todos adoraban su trabajo por los beneficios que esto producía.
Nada era más importante que el bienestar de las personas, con lo cual la industria se dedicaba a investigar y desarrollar esparcimientos cada vez más efectivos y sofisticados, con efectos realmente duraderos. Era tal el volumen de este proceso de creación, que algunos de esos juegos poseían una complejidad y escala increíbles.
Por supuesto que existían los Entretenimientos convencionales, como el cine, los recitales, teatros y espectáculos de todo tipo. Muchos eran multitudinarios, pero tantos otros eran para pocas personas. Desde ya que existían los Entretenimientos individuales, tan complejos y sofisticados como los de gran escala, siempre y cuando fuesen públicos. A los entretenimientos privados, se los conocía más como Objetos de placer que como Entretenimientos, aunque tenían el mismo fin.

“Ríos de remembranza” era un juego de máxima escala. Extremadamente sofisticado y tan novedoso como inverosímil. Quienes participaban de él, hacían un corto viaje en la realidad actual, pero uno largo por su pasado. En ese viaje de minutos, volvían a experimentar años de placeres vividos, incluso reencontrándose con seres queridos, aunque ya no estuvieran con ellos. Era un viaje por la memoria, que se mezclaba con la diversión de un paseo real. El efecto resultante era una satisfacción que duraba mucho tiempo en el ánimo y la moral de cada individuo.
 La parte física del juego era tan divertida como inaudita. El juego estaba montado sobre un peñasco a la vera del mar. Consistía en una serie de canales de agua, de ínfima profundidad y gran amplitud, como anchos toboganes de agua que se juntaban y se separaban, pasando por túneles, curvas, y todo tipo de formas. La longitud y cantidad de las vías era descomunal. La gente partía de la parte superior del monte, desde un lugar predeterminado, pero nunca sabían dónde podían terminar.
Para hacer el viaje, se ponían un traje de seguridad casi trasparente, bien ceñido al cuerpo, que terminaba con una especie de sutil casco que garantizaba la oxigenación en cualquier caso.
Las personas se lanzaban en masa, y esa era una de las partes divertidas del esparcimiento. Era como estar en un juego de autos chocadores y al mismo tiempo en un tobogán de agua, dado que las personas chocaban y se revolcaban entre sí mientras descendían por los canales, y era grandioso observar las carcajadas y la diversión al momento de los impactos. El traje protegía a las personas de los golpes, pero no les quitaba las sacudidas, que eran uno de los objetos de la diversión.
La otra parte del juego, la más intrincada, consistía en una estimulación cerebral en las zonas de la memoria placentera. De esta manera, los sujetos vivían una experiencia en dónde se mezclaba la caída arremolinada del presente con aquellos gratos momentos vividos junto a personas añoradas. El individuo giraba y se revolcaba; chocaba muchas veces pero con sus seres amados, y por momentos perdía la noción del juego para experimentar realmente esas circunstancias placenteras, transformadas en una situación vertiginosa, llena de emoción y adrenalina.
El saldo era una experiencia tan alucinante y divertida que cuando llegaban al final del viaje, algunos acusaban dolor de tanto reír y disfrutar.

El muchacho pensó que éste sería el escenario ideal para producir un mayor efecto con su daño. Pero debía ser cuidadoso porque sabía que lo podían detectar.
Como en casi la mayoría de los lugares, no habría vigilancia. Solo algunos responsables en determinados lugares, que nunca esperarían que alguien hiciera algo en contra de las reglas.
Tomó el ómnibus interurbano que lo dejaría en la montaña. El conductor lo miró distraído, y continuó con la vista al frente. Se sentó en la mitad del vehículo. Eran pocos los pasajeros y todos estaban en silencio. A último momento subió otro pasajero, con sombrero y lentes oscuros, demasiado vestido para la temperatura que hacía por esas horas, quien se sentó por detrás.
El vehículo inició la marcha. El muchacho inmediatamente se puso a pensar en el plan. Con disimulo buscaría el edificio central en donde se encontraba la máquina estimuladora cerebral, e insertaría un nuevo programa para que el aparato en lugar de inducir recuerdos encantadores, produjera otros efectos. Si tenía suerte, serían perturbadores y desagradables. La idea era que el cambio durase únicamente por unos instantes, dado que solo sería una prueba para evaluar la vulnerabilidad del sistema.
El muchacho imaginó el resultado: gentes histéricas y desubicadas reaccionando quién sabe de qué manera. Y una sonrisa afloró en su rostro. Miró el paisaje. El día era colorido y brillante. A él le resultaba gris, como todos los días.
Cerró los ojos y se acomodó para dormir un rato. Pensó nuevamente en la histeria, y la sonrisa le volvió a nacer.

La mujer vio salir al muchacho de su escondite. La vigilia era ilícita, pero a diferencia de cualquier otra persona, no le provocaba generación de toxinas. A cualquier normal, el dolor continuo de esos venenos se le presentaría por la ilegalidad de perseguir a alguien. Pero a ella eso no le sucedía.
Estaba disfrazada de tal manera que el muchacho no pudiese reconocerla. Ni siquiera sabría si se trataba de un hombre o una mujer. Con el último esfuerzo logró subirse al mismo transporte, y se sentó en el fondo. Por lo menos el viaje sería agradable dado que la ruta de ese colectivo la llevaría con destino al mar.
Salieron de la ciudad y se adentraron en la campiña. A través de las ventanas, los verdes parajes brindaban un escenario acogedor. En alrededor de una hora llegaron a la estación del poblado portuario. El vehículo detuvo su marcha con un resoplido y el muchacho descendió en silencio. La mujer también alcanzó la salida, pero se quedó unos instantes saludando al conductor mientras observaba cuál era el rumbo del joven.
No esperó demasiado. El muchacho accedió a un vehículo exclusivo para quienes se dirigían a la nueva atracción del poblado. El cartel del vehículo declaraba en letras anaranjadas: “Ríos de remembranza”.
La mujer bajó y esperó otro vehículo que la llevara al mismo destino. No dudaba que volvería a localizarlo porque la demanda era tal, que seguramente lo encontraría haciendo fila para ingresar.
El móvil atravesó el pueblo y comenzó un corto viaje por la ruta que bordeaba el mar. La vista era generosa para ella, que adoraba esa inmensa masa de agua. A los pocos minutos, comenzó a divisar la montaña y una emoción especial empezó a invadirla. El vehículo se detuvo en la entrada. Un gigantesco arco daba la bienvenida al Entretenimiento, y centenas de personas deambulaban por doquier.
La mujer descendió del coche, y raudamente se coló tras un arbusto, para pasar tan desapercibida como fuese posible. Desde allí podía ver las diferentes filas, y con el resguardo de la mata y el gentío, empezó a buscar al muchacho.
No lo encontró en ninguna de las filas, y su corazón comenzó a latirle fuertemente. Por un momento dudó si éste habría arribado al lugar. Tal vez el muchacho fue hacia otro entretenimiento. No podía ser. Trató de calmarse y esperar.

El muchacho se bajó del auto, atravesó el arco de la entrada y se dispuso a hacer la fila, en la última que daba al bosque. Dejó pasar unos minutos y luego de asegurarse que nadie le estuviera prestando atención, se adentró en los matorrales. Ya fuera de la vista de las gentes, encontró el sendero que esperaba.
Caminó unos diez minutos hasta que divisó el edificio central de maquinarias. Buscó con la mirada hasta hallar el acceso a los vestuarios del personal. Se quedó unos instantes observando el movimiento, pero nadie apareció. El muchacho se sentía algo inquieto, pero a la vez seguro. Ingresó al vestuario y se puso un traje de operario de la instalación. Con tranquilidad recorrió el edificio y en el trayecto nadie se le cruzó. Hasta que llegó al piso donde se encontraba el ordenador central.
Sin dudar, colocó la tarjeta con el programa y lo alimentó en el computador. En una hora la nueva función sería activada.
Así como entró, en silencio y sin vigilancia, abandonó el edificio y volvió al sendero. Se dirigió cuesta abajo hacia las gradas, y se ubicó en la zona baja para ver en detalle y con tiempo la consecuencia de su obra.

La mujer esperó media hora, hasta que entendió que había perdido el rastro del joven. Abandonó el matorral y comenzó a buscarlo. Tenía confianza que lo encontraría porque el muchacho estaba siguiendo al pie de la letra las directivas que le había dado su padre, el anciano. Tenía que ser un Entretenimiento, y hasta aquí el muchacho había venido.
Mientras escudriñaba a las personas, pensó en la atracción y en aprovechar el viaje. Le habían contado cuán maravillosa era esta novedad, y el espectáculo que se producía en las llegadas de las gentes que caían por los canales, por lo que decidió participar de esa vista.
Empezó el descenso hasta la base de la montaña, lo cual le demandó unos veinte minutos, y se acomodó en una de las gradas ubicada en la terminación del canal principal, el más amplio del complejo.
Los siguientes diez minutos fueron totalmente desopilantes. Las personas arribaban dando vueltas y empujándose entre sí, ahogadas de risa y llantos de emoción, con carcajadas incontenibles que contagiaban a todo el mundo. Todo era alegría y chapoteos, que si hubiera sido por los participantes se hubiese extendido por horas, pero debían ir saliendo para darle lugar a los siguientes que arribaban.

La mujer no se percató en seguida del cambio. Sí algunos de los que recibían a los participantes. Y también los notó el muchacho.
Al principio algunos salían serios. Eso fue lo primero que llamó la atención. Se quitaban el casco protector en silencio, y con el rostro amargo. Con el correr de los minutos, empezaron a caer personas en verdadero mal estado. Llorando de congoja y desánimo. Algunos se insultaron entre sí, otros se maltrataron, y en el peor de los casos, hubo quienes se tranzaron a golpes y codazos. Algunos se torcieron de dolor y unos pocos vomitaron. Duró solo unos minutos. Pasó fugazmente. Fue un momento de violencia histérica colectiva. Rápidamente aquellos que se atacaron, se compusieron, y se asombraron de su comportamiento. Rápidamente se disculparon y en muchos casos se abrazaron. Ninguno de ellos entendió lo que pasó. La incomprensión de la violencia y las toxinas en acción, contribuyeron en la confusión a los presentes.
Y el momento pasó. Clásicas oleadas de gente feliz continuaron cayendo.

El muchacho observó complacido la escena. Giró su cabeza para mirar a los espectadores de las gradas superiores, y le pareció que nadie se hubo percatado de lo que había pasado. Todos parecían alegres. Siguió girando y el corazón le dio un respingo. Durante el movimiento, creyó divisar de manera periférica al hombre de sombrero y lentes oscuros del ómnibus. Detuvo la cabeza. Se tomó unos segundos para que su reacción no fuese percibida por nadie. Suavemente volvió y orientó su mirada en la dirección donde creyó ver al hombre, pero no vio a nadie así.
El alma le volvió al cuerpo. Todo en orden. Nadie me ha identificado y la prueba fue un éxito., caviló.
Y emprendió el regreso.
Llegó a la casa segura y activó el intercomunicador. La voz del anciano surgió, pero como siempre, no su imagen. Cuando el anciano hablaba, la pantalla hacía figuras que oscilaban al son de los sonidos de la voz del interlocutor.
–¿Está hecho? –preguntó el viejo.
–¡Lo hice Dr. Giovanni! –exclamó el muchacho–. Todo sucedió como usted lo supuso. Las personas tuvieron reacciones violentas. La prueba fue un éxito. Todo indica que podemos seguir adelante con el objetivo.
–¡Excelente! Aunque aún tenemos un largo camino que recorrer.
–Así es, pero estamos un paso más cerca. Pronto todos seremos libres.
–Pronto. Por el momento es necesario que vayas a descansar. Mañana vuelve porque tenemos que diseñar una nueva estrategia para movernos a partir de ahora. Aparentemente te han descubierto.
–¡No es posible! Me aseguré que nadie me viera.
–Estoy seguro que tú lo has hecho. Pero parece que alguien dejó por olvido una cámara en la sala del ordenador. Y tienen una imagen de un intruso. Además tomaron nota de la histeria que se produjo. No la aclaran ni la explican, porque quizás no quieren preocupar a la población. Pero tienen tu imagen, lejana e imperfecta, y la están pasando por los noticieros. ¡Ahora vete, y cúbrete un poco el rostro!
El muchacho obedeció instantáneamente. Pero antes de salir, cogió un sombrero para ocultar su rapada, y unos anteojos para ocultar su tatuaje del ojo derecho.

La mujer fue testigo de todo. Encontró al muchacho a quien por fin divisó varias gradas abajo y presenció los instantes de violencia colectiva. Contempló la satisfacción del joven y como éste casi la ve cuando giró su cabeza, decidió que era suficiente. La prueba había sido un éxito y no convenía arriesgar el plan si el muchacho llegaba a reconocerla. Y antes que él pudiera verla nuevamente, abandonó la escena.
Llegó justo antes que el intercomunicador sonara. Como siempre, tenía desactivada la cámara y solo transmitía figuras con su voz distorsionada para que sonara como la de su padre muerto.
Pensó en hablar lo justo y necesario porque ya se acercaba la hora del próximo compromiso. Este siguiente paso era fundamental en el camino trazado, y no podía cometer errores.
Mientras aguardaba la llamada, se sirvió un café y se dispuso a mirar el noticiero. Ya en la primera imagen pudo ver al muchacho operando el ordenador central del Entretenimiento. Era una imagen lejana y de poca calidad, pero era él sin ninguna duda. Se preocupó masivamente porque como ella, quienes lo hubiesen tenido cerca podrían identificarlo. Pero para la mayoría, el muchacho era un completo desconocido dado que se había alejado de la civilización, como su padre hubo planeado.
El trance colectivo no había pasado desapercibido. En las noticias se hablaba de una situación extraña en uno de los Entretenimientos más grandes del mundo. Hablaban también del intruso, pero no lo estaban asociando con el incidente. Al menos por ahora.
En ese momento sonó el intercomunicador. Era una llamada proveniente de la casa segura. La mujer tomó el micrófono con el transformador de voz, y sonando como su fallecido padre preguntó:
–¿Está hecho?




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