Multa: recordatorio
que se aplica a una persona cuando incumple una norma de convivencia, que se
dicta como un curso que puede durar horas o días según el caso.
Contingencia
Horacio se levantó
apesadumbrado y molesto a la vez. Una noche más sin sexo. Las cosas no estaban
bien con Nancy. Ella ya no le demostraba el cariño que alguna vez le hubiere conferido.
Desde hacía algunos años, Nancy fue cambiando su conexión con él, y ya hacían varios
meses que la sentía distante. Pero las cosas empeoraron drásticamente luego del
hallazgo del cadáver.
Ella ya ni siquiera le
hablaba.
Horacio advertía que
estaba siendo injusto con lo que pensaba, porque un encuentro como ese debía
ser traumático para cualquiera. Pero no podía evitar juzgar que tal
descubrimiento fue la excusa que ella necesitó para alejarse sin admitir la
verdad. ≪Ella ya no me ama. O quizás nunca me amó realmente.≫, pensó con deseo de estar
equivocado.
Siempre consideró que
una de las variables del amor sostenible era la admiración mutua de ciertas características.
Ninguna en particular porque cada ser humano es distinto, pero debían existir
una o varias cualidades apreciables. Reparaba que las pocas veces que amó, de
adolescente, admiró algunas características en esas mujeres, en general
distintas en cada una. Y también notaba que las veces que se sintió amado, esas
mujeres estuvieron seducidas por algunas de las suyas.
No se había dado
cuenta hasta este instante. ≪Nancy no admira nada en mí. O nunca me hizo
saber de algo que le fascinara de mí≫, reflexionó. A él en cambio, lo cautivaban esencialmente
dos cosas: su valentía y su belleza. Aunque ella no necesariamente encuadraba
físicamente en los estereotipos de beldad, para él, ella era hermosa. Infinitas
veces la contempló anonadado, como hipnotizado, tanto que a veces ella se sintió
sobrecogida. Y en especial, cuando hacían el amor, él no podía dejar de admirar
su bello rostro.
Pero Nancy empezó a
mostrar malestares. Reproches hacia su inteligencia y hacia otras
características que él valoraba de sí mismo. Incluso hacia sus regalos.
Reproches posiblemente insignificantes, enmascarados en el silencio pero
notables en la expresión. Y notó que se iban acumulando. Nancy no estaba siendo
honesta.
En ese momento él
tampoco se mostraba complaciente, y se sentía algo contagiado por la frialdad que
estaba recibiendo. Reconocía que ese camino no era positivo, pero carecía de
motivación para comportarse diferente. En todo caso, tal vez, lo que estaban
viviendo era culpa de ambos. ≪O culpa de ninguno≫, pensó.
La despertó como todas
las mañanas que dormían juntos, solo que esta vez le recordó que ella debía
estar en la Agencia por la tarde. Nancy le hizo un gesto asintiendo, se dio
media vuelta y siguió durmiendo.
Horacio fue a la
cocina a prepararse un precario desayuno, y se quedó de pie, sumergido en sus
pensamientos, dando sorbos a la taza mientras contemplaba la vecindad por la
ventana.
Debía enfocarse en el
crimen. Había citado al equipo para las diez, y debía tener algún plan para
iniciar las pesquisas. Nada venía a su mente. El vacío emocional afectaba
masivamente su rendimiento profesional.
Bebió otro trago e hizo
un esfuerzo para conectarse con el caso. Un asesinato había sucedido hace algunas
horas y todo el mundo reclamaba una explicación. Y un responsable.
Sintió el cosquilleo
de las toxinas. Su mente entrenada para soslayarlas acompañó con un esfuerzo
acorde. A Horacio le gustaba resolver problemas, y en especial aquellos nuevos,
que no tenían una fórmula establecida. Eso le semejaba a un antídoto apropiado
para combatir los tóxicos.
Media hora transcurrió
trazando estrategias en silencio, excepto por el trinar de los pájaros en la
mañana. Y en silencio también, se dirigió a la Agencia.
El equipo ya se
encontraba en la sala, esperándolo. La habitación era muy iluminada con una amplia
mesa rodeada de sillas, usurpando la mayoría del espacio. Solo un par de
muebles bajos adornaban una de las paredes, y uno de ellos servía de soporte
para la cafetera. Efectivamente los muebles eran un mero adorno para cortar en
algo la frialdad del salón, porque la sala de reuniones tenía un fin funcional
muy específico. Tanto las paredes como la mesa, se transformaban en enormes pantallas
de ordenador que permitían exponer toda la información que fuera necesaria.
–Buenos días –saludó
Horacio con una mano.
Todos respondieron a la
reverencia.
–¿Estamos listos?
Todos asintieron.
–Bien. No es mucho lo
que tenemos, pero adelante. Les cuento la estrategia que estuve meditando. Una
de las tareas será encontrar la motivación que tiene este individuo para llevar
a cabo tales atrocidades. Otra tarea será entender cómo es posible que alguien
pueda cometerlas. Y una más será hallar los rastros que haya dejado que
permitan identificarlo.
–Mientras te
esperábamos –dijo Omar– también estuvimos analizando la situación. Tenemos
mucha información sobre el hecho concreto, pero no tenemos nada respecto de por
dónde continuar ni por qué sucedió.
–Tenemos también a la
persona que encontró la escena. Tu novia. ¿Cómo está Nancy? –preguntó Pablo.
–No se encuentra bien
–respondió Horacio–. Pero está dispuesta a ayudarnos a pesar de que su
descubrimiento sucedió hace muy pocas horas y ella aún continúa perturbada. Como
acordamos, vendrá a prestar declaración hoy por la tarde.
Horacio no hizo
mención alguna a los problemas que estaban atravesando entre ellos.
–¿Qué más tenemos?
–Bueno –arrancó Martín–.
Está de más enumerarlos pero debemos hacerlo para que todos lo tengamos claro.
Hay un cadáver, que no presenta huellas concretas de su asesino, hay una localización
en dónde se llevó a cabo el crimen, hay una escena en donde solo se destacan
las luces que iluminaban el cuerpo, hay una hora precisa, y hay un mensaje. Nada
más que resalte en primera instancia. ¿Me olvidé de algo?
–Por ahora está bien
–acotó Horacio–. Respecto del mensaje, el asesino escribió “El comienzo”. Eso
podría indicar que otros hechos similares sucederán. Debemos poner toda nuestra
inteligencia y creatividad para resolver esto antes que vuelva a actuar.
–Sí –replicó Omar–.
Pero nunca nos hemos enfrentado a algo así.
–Por eso mencioné la
creatividad. Estamos acostumbrados a encontrarnos con casos de cuerpos
mutilados por un accidente, pero nunca nos hemos enfrentado a un hecho premeditado
de estas características. Aún así, hay procedimientos que aplican en ambos
casos, y podemos empezar por ahí.
–¡Empecemos! –indicó
Martín medio ansioso–. Lo primero que vamos a hacer entonces es construir la
simulación.
Construir la
simulación significaba alimentar un ordenador especializado con una narración
hablada de los movimientos de los actores y objetos del hecho, que luego el
aparato reproduciría en forma tridimensional, en general mostrando las imágenes
como si fueran siluetas dibujadas por un láser azul. Las simulaciones permitían
encontrar frecuentemente el origen del incidente, y en ciertas ocasiones
exponían directamente al responsable. Habitualmente era negligencia, muchas
veces desconocimiento, pero jamás intencionalidad.
–En este caso
–prosiguió Martín mientras pulsaba el control de inicio de la grabación– por
los indicios que tenemos… Un individuo sorprende a la víctima, creemos que
durmiendo por la hora del crimen, y la traslada hasta el salón sin producirle
daños. No encontramos rastros de pelea, con lo cual creemos que la movió
inconsciente. Tampoco encontramos alguna droga que haya usado para mantenerla
dormida.
A medida que Martín
hacía la descripción, sentía como las toxinas comenzaban a invadirlo. Pero logró
mantener la calma y resistir el embate, también gracias a su entrenamiento.
–Todavía no sabemos
–continuó tranquilamente–, si le destrozó el cráneo antes o después de
colgarla, pero es una de las tantas cosas que tenemos que averiguar con este
proceso.
En ese momento, su
expresión se modificó y carraspeando y medio ahogado preguntó: –¿No es cierto?
Un dolor le había
nacido desde la parte baja de la espalda y le llegó hasta el cuello. Trató de
disimularlo, pero todos los presentes se dieron cuenta de la situación.
Todo en la cabeza de
Martín y en su organismo estaba transformándose. Para poder elaborar la
narración y alimentar el ordenador, mientras hablaba, intentó visualizar la
escena en su mente. Trató de dibujar la silueta de alguien aplastando el cráneo
de la mujer con un objeto contundente y ejecutó el golpe observando la sangre
estallar como pequeñas luces azules, como si ya las estuviera viendo en el
simulador. Pero hasta ahí llegó su intento. Una convulsión lo hizo temblar y un
dolor intenso en el estómago lo dobló. Casi golpea la cabeza contra la mesa
mientras a duras penas pudo contener el vómito.
Hacían ya varios
minutos que Horacio, alerta, contemplaba con amplitud lo que acontecía en la
reunión. Mientras el narrador se transfiguraba, observó muecas parecidas en los
colegas, evidencias de un dolor interno que también estaban sufriendo. Indudablemente,
cada uno a su manera quiso concebir la escena en su imaginación, pero fue
demasiado para todos. Comprendió que el proceso de investigación no solo sería
difícil, sino también peligroso.
En ese momento le
pareció ver que Martín iba a vomitar.
–¡Basta! –soltó haciendo
señas con ambos brazos. –¡No sigan tratando de imaginar! No vamos a intentar la
simulación. Al menos por ahora. ¡Por favor, eliminen esas imágenes de su cabeza,
e inicien los ejercicios de desintoxicación!
Con absoluta
obediencia, y casi con agradecimiento, cada uno de los presentes se colocó unos
auriculares y volcó su mirada y manos sobre la mesa. Comenzaron a mover los
dedos sobre los controles virtuales que en ella se dibujaban, para invocar la
función especial de desintoxicar. Ante cada uno, se presentó una reproducción
que los envió hacia aquél lugar cálido que apreciaban individualmente. Las
imágenes y los sonidos tenían la fuerza necesaria para distraer a esas mentes
perturbadas.
Pasaron unos minutos,
y la quietud sobrevino.
–Debemos asumir la
paradoja –dijo Horacio con serenidad y firmeza– que no estamos preparados para
enfrentarnos a esta situación, pero si no lo hacemos nosotros, nadie más podrá
hacerlo, porque definitivamente, no hay nadie más preparado que nosotros para
esto. Por eso debemos ser creativos. Hagamos un receso y nos volveremos a
juntar en horas de la tarde. ¡Sé que no podemos, pero estamos obligados a poder!
Dicho esto, se levantó
y se encaminó hacia el pasillo, mientras un pensamiento lo embargó: ≪Esto será extremadamente
difícil. Quizás imposible. ≫
Durante las siguientes
horas, cada miembro del equipo pasó el tiempo como necesitó para volver a sus
cabales. Algunos charlando entre sí, otros leyendo y otros en silencio mirando
el horizonte. Poco a poco, fueron retomando su ritmo de análisis del caso. Cada
uno con lo que podía, individualmente.
Horacio no fue la
excepción. Abstraído en sus pensamientos, fue hasta la máquina de golosinas, y
mientras obtenía uno de los alfajores que tanto le gustaban, una agente se
acercó hasta él.
–Acaba de llegar una
señorita que preguntó por ti.
–Hazla pasar a mi oficina.
–Omar, Martín, por
favor, vengan conmigo.
Definición de “El Diccionario”
Entretenimiento:
Estructura y organización pública que se diseña y construye para producir altos
niveles de emoción y placer. Se garantiza el acceso a todas las personas, pero
la prioridad estará dada por los Méritos alcanzados.
Vacaciones: Períodos
en donde el individuo suspende su trabajo para realizar viajes a sitios de
placer alejados de su lugar de residencia. Se establecen tres períodos en el
año de igual duración para todas las personas, independientemente de sus
Méritos.
Ríos de
remembranza
El muchacho estacionó
el vehículo frente a la parada del ómnibus interurbano. El sol acuciaba esa
mañana, por lo que activó la polarización frontal sin despertar sospecha alguna.
El vidrio se tornó oscuro y opaco desde el exterior, aplacando los rayos del
sol y abrigándolo de ser descubierto.
El anciano le había
ordenado que su siguiente atentado fuese aún más perturbador. Y él también lo
quería así. Tenían que ser muchas víctimas. El anciano lo instruyó para que se
enfocara en cualquiera de los Entretenimientos.
Él hubiera querido dar
otro paso. Tenía su gesta personal con la traidora. No pensaba matarla. Pensaba
en algo peor. Pensaba en un ultraje con el que ella viviría humillada y
sufriente por el resto de su vida. Como él.
Pero eso por ahora, tenía
que esperar.
La sociedad estaba
basada en el placer, y todo en ella estaba organizado para tal fin. Como cada
individuo tenía mucho tiempo de ocio, la industria del entretenimiento era
gigantesca. La cantidad de ofertas de diversión y esparcimiento era
prácticamente ilimitada, y todos tenían acceso a esos objetos de placer. Debido
a esto, la industria empleaba una inmensa cantidad de personas, y todos
adoraban su trabajo por los beneficios que esto producía.
Nada era más
importante que el bienestar de las personas, con lo cual la industria se
dedicaba a investigar y desarrollar esparcimientos cada vez más efectivos y
sofisticados, con efectos realmente duraderos. Era tal el volumen de este
proceso de creación, que algunos de esos juegos poseían una complejidad y
escala increíbles.
Por supuesto que
existían los Entretenimientos convencionales, como el cine, los recitales,
teatros y espectáculos de todo tipo. Muchos eran multitudinarios, pero tantos
otros eran para pocas personas. Desde ya que existían los Entretenimientos
individuales, tan complejos y sofisticados como los de gran escala, siempre y
cuando fuesen públicos. A los entretenimientos privados, se los conocía más
como Objetos de placer que como Entretenimientos, aunque tenían el mismo fin.
“Ríos de remembranza”
era un juego de máxima escala. Extremadamente sofisticado y tan novedoso como
inverosímil. Quienes participaban de él, hacían un corto viaje en la realidad
actual, pero uno largo por su pasado. En ese viaje de minutos, volvían a
experimentar años de placeres vividos, incluso reencontrándose con seres
queridos, aunque ya no estuvieran con ellos. Era un viaje por la memoria, que
se mezclaba con la diversión de un paseo real. El efecto resultante era una
satisfacción que duraba mucho tiempo en el ánimo y la moral de cada individuo.
La parte física del juego era tan divertida
como inaudita. El juego estaba montado sobre un peñasco a la vera del mar.
Consistía en una serie de canales de agua, de ínfima profundidad y gran
amplitud, como anchos toboganes de agua que se juntaban y se separaban, pasando
por túneles, curvas, y todo tipo de formas. La longitud y cantidad de las vías
era descomunal. La gente partía de la parte superior del monte, desde un lugar
predeterminado, pero nunca sabían dónde podían terminar.
Para hacer el viaje, se
ponían un traje de seguridad casi trasparente, bien ceñido al cuerpo, que
terminaba con una especie de sutil casco que garantizaba la oxigenación en cualquier
caso.
Las personas se
lanzaban en masa, y esa era una de las partes divertidas del esparcimiento. Era
como estar en un juego de autos chocadores y al mismo tiempo en un tobogán de
agua, dado que las personas chocaban y se revolcaban entre sí mientras
descendían por los canales, y era grandioso observar las carcajadas y la
diversión al momento de los impactos. El traje protegía a las personas de los
golpes, pero no les quitaba las sacudidas, que eran uno de los objetos de la
diversión.
La otra parte del
juego, la más intrincada, consistía en una estimulación cerebral en las zonas
de la memoria placentera. De esta manera, los sujetos vivían una experiencia en
dónde se mezclaba la caída arremolinada del presente con aquellos gratos
momentos vividos junto a personas añoradas. El individuo giraba y se revolcaba;
chocaba muchas veces pero con sus seres amados, y por momentos perdía la noción
del juego para experimentar realmente esas circunstancias placenteras, transformadas
en una situación vertiginosa, llena de emoción y adrenalina.
El saldo era una
experiencia tan alucinante y divertida que cuando llegaban al final del viaje,
algunos acusaban dolor de tanto reír y disfrutar.
El muchacho pensó que
éste sería el escenario ideal para producir un mayor efecto con su daño. Pero
debía ser cuidadoso porque sabía que lo podían detectar.
Como en casi la
mayoría de los lugares, no habría vigilancia. Solo algunos responsables en
determinados lugares, que nunca esperarían que alguien hiciera algo en contra
de las reglas.
Tomó el ómnibus
interurbano que lo dejaría en la montaña. El conductor lo miró distraído, y
continuó con la vista al frente. Se sentó en la mitad del vehículo. Eran pocos
los pasajeros y todos estaban en silencio. A último momento subió otro
pasajero, con sombrero y lentes oscuros, demasiado vestido para la temperatura
que hacía por esas horas, quien se sentó por detrás.
El vehículo inició la
marcha. El muchacho inmediatamente se puso a pensar en el plan. Con disimulo
buscaría el edificio central en donde se encontraba la máquina estimuladora
cerebral, e insertaría un nuevo programa para que el aparato en lugar de
inducir recuerdos encantadores, produjera otros efectos. Si tenía suerte,
serían perturbadores y desagradables. La idea era que el cambio durase
únicamente por unos instantes, dado que solo sería una prueba para evaluar la
vulnerabilidad del sistema.
El muchacho imaginó el
resultado: gentes histéricas y desubicadas reaccionando quién sabe de qué
manera. Y una sonrisa afloró en su rostro. Miró el paisaje. El día era colorido
y brillante. A él le resultaba gris, como todos los días.
Cerró los ojos y se
acomodó para dormir un rato. Pensó nuevamente en la histeria, y la sonrisa le volvió
a nacer.
La mujer vio salir al muchacho
de su escondite. La vigilia era ilícita, pero a diferencia de cualquier otra
persona, no le provocaba generación de toxinas. A cualquier normal, el dolor
continuo de esos venenos se le presentaría por la ilegalidad de perseguir a
alguien. Pero a ella eso no le sucedía.
Estaba disfrazada de
tal manera que el muchacho no pudiese reconocerla. Ni siquiera sabría si se
trataba de un hombre o una mujer. Con el último esfuerzo logró subirse al mismo
transporte, y se sentó en el fondo. Por lo menos el viaje sería agradable dado
que la ruta de ese colectivo la llevaría con destino al mar.
Salieron de la ciudad
y se adentraron en la campiña. A través de las ventanas, los verdes parajes
brindaban un escenario acogedor. En alrededor de una hora llegaron a la
estación del poblado portuario. El vehículo detuvo su marcha con un resoplido y
el muchacho descendió en silencio. La mujer también alcanzó la salida, pero se
quedó unos instantes saludando al conductor mientras observaba cuál era el
rumbo del joven.
No esperó demasiado.
El muchacho accedió a un vehículo exclusivo para quienes se dirigían a la nueva
atracción del poblado. El cartel del vehículo declaraba en letras anaranjadas:
“Ríos de remembranza”.
La mujer bajó y esperó
otro vehículo que la llevara al mismo destino. No dudaba que volvería a
localizarlo porque la demanda era tal, que seguramente lo encontraría haciendo fila
para ingresar.
El móvil atravesó el pueblo
y comenzó un corto viaje por la ruta que bordeaba el mar. La vista era generosa
para ella, que adoraba esa inmensa masa de agua. A los pocos minutos, comenzó a
divisar la montaña y una emoción especial empezó a invadirla. El vehículo se
detuvo en la entrada. Un gigantesco arco daba la bienvenida al Entretenimiento,
y centenas de personas deambulaban por doquier.
La mujer descendió del
coche, y raudamente se coló tras un arbusto, para pasar tan desapercibida como
fuese posible. Desde allí podía ver las diferentes filas, y con el resguardo de
la mata y el gentío, empezó a buscar al muchacho.
No lo encontró en
ninguna de las filas, y su corazón comenzó a latirle fuertemente. Por un
momento dudó si éste habría arribado al lugar. Tal vez el muchacho fue hacia
otro entretenimiento. No podía ser. Trató de calmarse y esperar.
El muchacho se bajó
del auto, atravesó el arco de la entrada y se dispuso a hacer la fila, en la
última que daba al bosque. Dejó pasar unos minutos y luego de asegurarse que nadie
le estuviera prestando atención, se adentró en los matorrales. Ya fuera de la
vista de las gentes, encontró el sendero que esperaba.
Caminó unos diez
minutos hasta que divisó el edificio central de maquinarias. Buscó con la
mirada hasta hallar el acceso a los vestuarios del personal. Se quedó unos
instantes observando el movimiento, pero nadie apareció. El muchacho se sentía
algo inquieto, pero a la vez seguro. Ingresó al vestuario y se puso un traje de
operario de la instalación. Con tranquilidad recorrió el edificio y en el
trayecto nadie se le cruzó. Hasta que llegó al piso donde se encontraba el ordenador
central.
Sin dudar, colocó la
tarjeta con el programa y lo alimentó en el computador. En una hora la nueva
función sería activada.
Así como entró, en
silencio y sin vigilancia, abandonó el edificio y volvió al sendero. Se dirigió
cuesta abajo hacia las gradas, y se ubicó en la zona baja para ver en detalle y
con tiempo la consecuencia de su obra.
La mujer esperó media
hora, hasta que entendió que había perdido el rastro del joven. Abandonó el
matorral y comenzó a buscarlo. Tenía confianza que lo encontraría porque el
muchacho estaba siguiendo al pie de la letra las directivas que le había dado su
padre, el anciano. Tenía que ser un Entretenimiento, y hasta aquí el muchacho
había venido.
Mientras escudriñaba a
las personas, pensó en la atracción y en aprovechar el viaje. Le habían contado
cuán maravillosa era esta novedad, y el espectáculo que se producía en las
llegadas de las gentes que caían por los canales, por lo que decidió participar
de esa vista.
Empezó el descenso
hasta la base de la montaña, lo cual le demandó unos veinte minutos, y se
acomodó en una de las gradas ubicada en la terminación del canal principal, el más
amplio del complejo.
Los siguientes diez
minutos fueron totalmente desopilantes. Las personas arribaban dando vueltas y
empujándose entre sí, ahogadas de risa y llantos de emoción, con carcajadas
incontenibles que contagiaban a todo el mundo. Todo era alegría y chapoteos, que
si hubiera sido por los participantes se hubiese extendido por horas, pero
debían ir saliendo para darle lugar a los siguientes que arribaban.
La mujer no se percató
en seguida del cambio. Sí algunos de los que recibían a los participantes. Y
también los notó el muchacho.
Al principio algunos
salían serios. Eso fue lo primero que llamó la atención. Se quitaban el casco
protector en silencio, y con el rostro amargo. Con el correr de los minutos,
empezaron a caer personas en verdadero mal estado. Llorando de congoja y
desánimo. Algunos se insultaron entre sí, otros se maltrataron, y en el peor de
los casos, hubo quienes se tranzaron a golpes y codazos. Algunos se torcieron
de dolor y unos pocos vomitaron. Duró solo unos minutos. Pasó fugazmente. Fue
un momento de violencia histérica colectiva. Rápidamente aquellos que se
atacaron, se compusieron, y se asombraron de su comportamiento. Rápidamente se
disculparon y en muchos casos se abrazaron. Ninguno de ellos entendió lo que
pasó. La incomprensión de la violencia y las toxinas en acción, contribuyeron
en la confusión a los presentes.
Y el momento pasó. Clásicas
oleadas de gente feliz continuaron cayendo.
El muchacho observó
complacido la escena. Giró su cabeza para mirar a los espectadores de las
gradas superiores, y le pareció que nadie se hubo percatado de lo que había
pasado. Todos parecían alegres. Siguió girando y el corazón le dio un respingo.
Durante el movimiento, creyó divisar de manera periférica al hombre de sombrero
y lentes oscuros del ómnibus. Detuvo la cabeza. Se tomó unos segundos para que
su reacción no fuese percibida por nadie. Suavemente volvió y orientó su mirada
en la dirección donde creyó ver al hombre, pero no vio a nadie así.
El alma le volvió al
cuerpo. ≪Todo en orden. Nadie me ha identificado y la prueba fue un éxito.≫, caviló.
Y emprendió el
regreso.
Llegó a la casa segura
y activó el intercomunicador. La voz del anciano surgió, pero como siempre, no
su imagen. Cuando el anciano hablaba, la pantalla hacía figuras que oscilaban
al son de los sonidos de la voz del interlocutor.
–¿Está hecho?
–preguntó el viejo.
–¡Lo hice Dr.
Giovanni! –exclamó el muchacho–. Todo sucedió como usted lo supuso. Las
personas tuvieron reacciones violentas. La prueba fue un éxito. Todo indica que
podemos seguir adelante con el objetivo.
–¡Excelente! Aunque
aún tenemos un largo camino que recorrer.
–Así es, pero estamos
un paso más cerca. Pronto todos seremos libres.
–Pronto. Por el
momento es necesario que vayas a descansar. Mañana vuelve porque tenemos que
diseñar una nueva estrategia para movernos a partir de ahora. Aparentemente te
han descubierto.
–¡No es posible! Me
aseguré que nadie me viera.
–Estoy seguro que tú
lo has hecho. Pero parece que alguien dejó por olvido una cámara en la sala del
ordenador. Y tienen una imagen de un intruso. Además tomaron nota de la
histeria que se produjo. No la aclaran ni la explican, porque quizás no quieren
preocupar a la población. Pero tienen tu imagen, lejana e imperfecta, y la
están pasando por los noticieros. ¡Ahora vete, y cúbrete un poco el rostro!
El muchacho obedeció
instantáneamente. Pero antes de salir, cogió un sombrero para ocultar su
rapada, y unos anteojos para ocultar su tatuaje del ojo derecho.
La mujer fue testigo
de todo. Encontró al muchacho a quien por fin divisó varias gradas abajo y
presenció los instantes de violencia colectiva. Contempló la satisfacción del
joven y como éste casi la ve cuando giró su cabeza, decidió que era suficiente.
La prueba había sido un éxito y no convenía arriesgar el plan si el muchacho
llegaba a reconocerla. Y antes que él pudiera verla nuevamente, abandonó la
escena.
Llegó justo antes que
el intercomunicador sonara. Como siempre, tenía desactivada la cámara y solo
transmitía figuras con su voz distorsionada para que sonara como la de su padre
muerto.
Pensó en hablar lo
justo y necesario porque ya se acercaba la hora del próximo compromiso. Este
siguiente paso era fundamental en el camino trazado, y no podía cometer
errores.
Mientras aguardaba la
llamada, se sirvió un café y se dispuso a mirar el noticiero. Ya en la primera
imagen pudo ver al muchacho operando el ordenador central del Entretenimiento. Era
una imagen lejana y de poca calidad, pero era él sin ninguna duda. Se preocupó
masivamente porque como ella, quienes lo hubiesen tenido cerca podrían
identificarlo. Pero para la mayoría, el muchacho era un completo desconocido dado
que se había alejado de la civilización, como su padre hubo planeado.
El trance colectivo no
había pasado desapercibido. En las noticias se hablaba de una situación extraña
en uno de los Entretenimientos más grandes del mundo. Hablaban también del
intruso, pero no lo estaban asociando con el incidente. Al menos por ahora.
En ese momento sonó el
intercomunicador. Era una llamada proveniente de la casa segura. La mujer tomó
el micrófono con el transformador de voz, y sonando como su fallecido padre preguntó:
–¿Está hecho?
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